Opinión | Nos queda la palabra

Cuestiones nada menores

Han logrado meternos por los ojos el miedo a la inseguridad por compartir vecindad con unos niños cuya mirada refleja, está vez de forma justificada y en silencio, todo el temor posible

Imagen de archivo de dos jóvenes africanos en las cercanías del centro de acogida para extranjeros de Las Raíces, en La Laguna (Tenerife).

Imagen de archivo de dos jóvenes africanos en las cercanías del centro de acogida para extranjeros de Las Raíces, en La Laguna (Tenerife). / EFE/Alberto Valdés

Hace tiempo, un amigo me recomendó darme de alta en un grupo de Facebook de la pedanía de Santa Cruz. Tardé un suspiro en abandonar aquel avispero, asustado por el cariz de los energúmenos que colonizaban todo tipo de conversaciones para poner en la diana a los menores extranjeros no acompañados que acoge un centro ubicado en la localidad.

Tal es el odio que destilan que es fácil concluir cuál sería la primera medida para mejorar la convivencia, que no es precisamente pactar con ellos para formar gobierno o aprobar presupuestos, pues han alcanzado tal tesitura por mor de los votos y por mor de que hay partidos que les abren la puerta y lo que sea necesario.

Han logrado, con sus exabruptos, meternos por los ojos el miedo a la inseguridad por compartir vecindad con unos niños cuya mirada refleja, está vez de forma justificada y en silencio, todo el temor posible.

En ese lodazal, creado artificialmente, se mezclan declaraciones que no solo menosprecian los recursos, nunca mayores, que destina el Gobierno central para la atención y el cuidado de los menores, sino que se escudan en futuras leyes europeas para proceder al cierre del centro de menores porque Europa exige más protección. Los dejan en la calle como delincuentes porque Bruselas pide que sean tratados como personas. ¿Hay quién lo entienda?

Otra amiga, residente en la población citada, me contaba, por el contrario, cómo había cambiado su vida adoptando a una de las jóvenes que, como el resto de sus compañeros, son criminalizados por el solo hecho de ser inmigrantes. La niña es la alegría de la casa, un amor que transforma, día a día, su existencia.

En otra franja de edad, la de los mayores, se da carpetazo al Centro de Día de Jesús Abandonado. En esta ocasión, son los pobres los crucificados.

Con un tercio de la población en riesgo de pobreza y con una economía necesitada de jóvenes valores, la Región de Murcia esconde la cabeza para ocultar sus mayores problemas para, supuestamente, mirar hacia adelante, cuando lo humano es no dejar a nadie atrás. 

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