Opinión | Cartagena D.F.
Al buen tiempo...
Puede que ustedes sean más urbanitas y eso de respirar el aire puro de la naturaleza, perdidos y sudorosos subiendo monte, no sea una de sus prioridades y prefieran un buen plan en la ciudad. Y ahí, nuestra Cartagena se sale

Imagen de archivo de la fachada del Palacio Consistorial, en Cartagena. / AYTO CARTAGENA
Seguro que muchos de ustedes no han esperado al 40 de mayo y ya lucen por las calles sus camisetas de manga corta. Algunos puede que ya se hayan dado el primer baño de la temporada y disfrutado de esos chiringuitos playeros que son auténticos paraísos, donde desconectar con los ojos fijos en el mar y esa mirada que se pierde en ninguna parte de un horizonte en el que ni el tiempo ni el espacio parecen tener fin. Sí, ya está aquí el verano y se acercan esas anheladas vacaciones para desconectar de la realidad de una vida que, muchas veces, se nos hace cuesta arriba durante el resto del año.
Por eso, seríamos unos auténticos palurdos inconscientes si no aprovecháramos cualquier ocasión que se tercie para buscar que esos momentos de paz, relajación y disfrute sean también habituales el resto del año y escaparnos a esos lugares de nuestro municipio y nuestra comarca para saborearlos, para exprimirlos al máximo, especialmente en estas semanas en las que las condiciones meteorológicas son la envidia de medio mundo y nuestras costas mediterráneas posibilitan un chapuzón refrescante sin que nos dé un patatús gélido.
Mayo es el mes de las flores, cuando nuestra vegetación, más o menos escasa, luce mejor y cuando subir a los montes y constatar las bellezas y tristezas de nuestras baterías de costa, tan hermosas como abandonadas, es un auténtico deleite, en solitario o en compañía. Así que, venga, levanten del sillón, suelten el mando y el smartphone y ganen tiempo de vida sin necesidad de que los apagones de las benditas rutinas diarias ni los que proyectan sobre nosotros con o sin corriente eléctrica nos obliguen a conectarnos de verdad sin más alternativas y descubramos que hay vida más allá de esa realidad virtual que se nos cuela por las pantallas.
Puede ser que ustedes sean más urbanitas y eso de respirar el aire puro de la naturaleza perdidos y sudorosos subiendo monte no sea precisamente una de sus prioridades y prefieran un buen plan en la ciudad. Y ahí, nuestra Cartagena también se sale. Desde hace ya unos cuantos años, la Semana Santa, o incluso antes, marca el inicio de una tanda de fines de semana en los que el casco histórico se transforma, se llena de vida, de energía, de ambiente, de alegría, de fiesta. Las fallas de hace unas semanas, las cruces de mayo, el festival Mucho Más Mayo, la Noche de los Museos, pruebas deportivas o rutas solidarias como la de Autismo Somos Todos de mañana, actos militares, la constante llegada de cruceros y un sinfín de eventos aún nos dejan perplejos a muchos al ver esas aglomeraciones de gente que, si bien pueden resultar molestas o incómodas en ocasiones, también son el reflejo de que la ciudad está llena de vida, y eso nunca puede ser malo. Otra cosa bien distinta es que consintamos el descontrol por la falta de organización o de previsión de los promotores públicos y privados o que permitamos los desvaríos de los de siempre, de esos cuya única neurona solo les sirve para divertirse fastidiando e incordiando a los demás, sin que apenas tenga consecuencias para ellos.
Entiendo las reivindicaciones de los vecinos del casco que hace unos días se quejaban de los continuos cortes de tráfico por la enorme cantidad de actividades que se desarrollan estos fines de semana en el centro y que alteran su vida diaria, esgrimen. Les apoyo en sus peticiones para que procuren darle solución a los muchos problemas que se les presentan para acceder o salir a sus viviendas, como una mayor presencia policial que les permita circular para llegar hasta sus casas o una mayor y mejor difusión de los momentos y los horarios en que estarán cerradas sus calles. Aun así, ellos mismos admiten que son los primeros a los que les gusta que haya ambiente y actividades lúdicas y festivas en la zona, pese a que les apetecería que, tal vez, fueran menos frecuentes y más comedidas.
Para bien o para mal, los centros urbanos de cualquier ciudad están habitualmente sometidos a estos problemas; es una de las desventajas que tiene vivir en el corazón de las urbes, pero también tiene muchas ventajas. Advierten quienes se quejan que estas fiestas continuas y excesivas pueden llevar a una despoblación del casco y que éste acabe por convertirse en un desierto, pero lo cierto es que no hace tantos años en los que esta zona ya estaba despoblada y dejada de la mano de Dios (con el permiso del nuevo papa León XIV), debido precisamente a que no se hacía en ella nada de nada, salvo, claro está, la cita anual de nuestras procesiones de Semana Santa.
Al final, todos podemos cargarnos de argumentos y razones para defender o imponer nuestras posturas, cuando la mejor solución pasa por sentarse para planear bien las cosas, buscar lo más próximo a un equilibrio y procurar evitar calentones, serenarse, respirar hondo, contar hasta tres más de una vez y poner siempre buena cara, que para eso tenemos nuestro buen tiempo y la posibilidad de apartarnos por momentos del mundanal ruido en nuestros montes. Disfrutemos nuestras fortalezas y serán menos nuestras debilidades.
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