Opinión | Tribuna libre

¿Arte urbano?

Es indignante que la sala de San Esteban se haya prestado para exponer lonas impresas con obras de este estilo

Detalle de una de las obras de la serie ‘Art is dead’, de @Malavitta.

Detalle de una de las obras de la serie ‘Art is dead’, de @Malavitta. / L. O.

En la década de los años noventa se puso de moda el arte conceptual como expresión máxima del arte contemporáneo. Galerías, museos y salas institucionales llenaron sus espacios con miles de artilugios absurdos, que poco o nada tenían que ver en realidad con el arte, en una especie de carrera de fondo por conseguir llegar a ser el más moderno del corral. Hoy todavía sufrimos las consecuencias de toda aquella histeria: algunas colecciones públicas continúan mostrando especímenes que se encuentran más cercanos al escenario propio de una chatarrería que al de un museo.

Este tipo de situaciones no son extrañas; en realidad son más que habituales, sobre todo porque muchos de los elementos o agentes que forman parte de este tinglado que es el arte bien podrían haber puesto sus tentáculos y aspiraciones en otros menesteres. 

Las modas propuestas por algunos iluminados golpean las tendencias del arte cada cierto tiempo para confundir aún más al personal, que cada vez se siente más alejado o decepcionado. En el caso de los coleccionistas, por ejemplo, conozco a más de uno que no sabe dónde esconder el resultado de las recomendaciones de cierto comisario tal, amigo de otro galerista cual, ambos muy ‘modernos’. Mantener fuera de la vista el error cometido es una buena solución, otra sería vender el chisme comprado, pero la decepción se vuelve cólera al descubrir que la obra en cuestión no vale cien sino diez, así que la opción del trastero se vislumbra como la más apropiada. 

En ese desaguisado que provocan los malos consejos y las caprichosas modas, ahora le ha tocado el turno al mal entendido como ‘arte urbano’, y ya se sabe: para aparentar que uno es moderno no hay mejor cosa que dejarse llevar por la última ola de modernidad. 

Es raro el pueblo o ciudad que no ha decorado sus calles con pintarrajos de lo más colorista, malos la mayoría, sin calidad técnica, sin contenido, pero eso sí, muy modernos todos, o por lo menos eso es lo que sus impulsores/mecenas/pagadores creen. Pero lo peor llega cuando además se empeñan en hacer exposiciones.

La confusión es tal que ya todo se considera arte urbano, cualquier imagen con aspecto estrambótico, colores chillones, animales gigantes o rostros descomunales, formas en las que el rastro dejado por el espray es, en algunos casos, lo único que tienen de urbano.

Como ocurre con todas las modas, muchos se apuntan al carro para tratar de reconvertir aquello que como obra pictórica no funcionó en algo de aspecto más actual, y con la emoción del que acaba de descubrir el pan tostado cree que ahora será el mejor de los artistas. No seáis ingenuos, el pintor que es malo o mediocre nunca llegará a ser bueno por muy artista urbano que él se crea o por muchos colores estridentes que se empeñe en desplegar en cada una de sus nuevas creaciones. La vara de medir la calidad no ha cambiado: aquello que distingue lo bueno de lo malo, la falta de ideas de lo realmente ingenioso, o una técnica bien ejecutada del más absoluto desatino, esos parámetros siguen siendo los mismos.

Pero, ¿sabemos qué es en realidad el arte urbano? Creo que no. Se han metido tantas cosas en ese saco que al final ha perdido su verdadero sentido, la mayoría de las obras que se catalogan así en realidad no lo son porque el arte urbano es un movimiento que surgió en la calle y esa es su seña de identidad. El artista urbano es un espíritu libre que utiliza el entorno de las ciudades o lugares abandonados para expresar aquello que en condiciones normales no podría, reivindica su palabra con su arte y surge en la fisonomía de las ciudades como algo inesperado. Pinturas en muros, fachadas, rincones escondidos de las miradas, escaleras o ventanas…, piezas que transforman el espacio público para dejar una huella temporal, como también lo es su trabajo y la propia experiencia del espectador.

Por otro lado, este tipo de expresión supone una democratización total del concepto ‘arte’, y no sólo porque cualquier lugar sirve como soporte expresivo, sino porque al salirse de los circuitos habituales llega a todos los sectores de la población, con cultura o no, con formación o sin ella. Así que al meterlo en una sala de exposiciones no sólo pierde su esencia, sino que además deja de ser arte urbano. Todas esas obras/pinturas/impresiones se transforman en imágenes facilonas que nada tienen que ver con el arte de la calle son meras representaciones decorativas, sencillas de vender a un tipo de comprador -veréis que no digo ‘coleccionista’- con más ansias por aparentar estar a la última que por el verdadero valor de lo que compra. 

Uno de los grandes problemas del arte contemporáneo es el intrusismo que sigue dominando al sector. Cualquiera puede proclamarse líder abanderado de las últimas modernidades sin tener formación, criterio ni conocimientos académicos reales que avalen sus poco acertadas recomendaciones; a veces lo único necesario es un amigo político. Si miramos al sector institucional, la cosa se pone más negra todavía: concejales y consejeros rara vez saben de lo que va el tema –incluso hasta directores de museos se cuelan en esta lista de la indignación–, una circunstancia cuya consecuencia no es otra que la mediocridad; salas expositivas donde cualquiera puede exponer, tenga calidad o no, eso da igual, lo único importante es cubrir el expediente, llenar esos espacios con lo que sea y, por supuesto, esperar el momento de hacerse la oportuna foto. 

Sólo hay que ver las salas expositivas de nuestra ciudad: tanto la Concejalía como la Consejería de Cultura hacen gala de ello regalándonos todo un repertorio de muestras carentes de calidad. Bueno, regalando no, porque las pagamos –y muy caras– todos los ciudadanos con nuestros impuestos. Es indignante, por ejemplo, que la sala de San Esteban, gran templo del presidente, que no tiene una programación habitual, se haya prestado para exponer lonas impresas de ese mal llamado arte urbano. Deberíamos preguntar al secretario general de la Consejería de Cultura, Juan Antonio Lorca, el porqué de esta decisión y a qué intereses corresponde. Es necesario analizar en próximas entregas la política cultural desarrollada por la Comunidad Autónoma de Murcia en los últimos años y a sus responsables.

Habrá quien piense que estoy en contra del arte urbano, pero nada más alejado de la realidad. No se trata de una cuestión de modas, sino de calidad, de saber el terreno que uno pisa y, sobre todo, de no confundir al personal, que bastante desorientado lo tienen ya. Hay muy buenos artistas urbanos, pero para poder disfrutar de sus creaciones, ya sabéis, sólo tenéis que salir a la calle.

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