Opinión | La balanza inmóvil
Viva Europa

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Últimamente, confío en Europa para que nos salve de nuestros males. Yo, que me cabreé tanto cuando un euro, de la noche a la mañana, pasó a ser 166,386 pesetas. Parezco un político desesperado. Pero no, sigo siendo juez, también desesperado. Desesperado por ver que la independencia del poder al que pertenezco está siendo constantemente zarandeada. El Estado de derecho es todo menos una autocracia (palabra griega que significa que un sistema de gobierno concentra todo su poder en una sola figura). El Ejecutivo gobierna, el Legislativo legisla y el Judicial juzga. Así de sencillo, dijo Montesquieu. Algo tan básico para evitar que la democracia salte por los aires, que no se entiende que no sea respetado.
Cuando se dictan tantos decretos leyes por el Ejecutivo. Cuando éste nombra a un fiscal general del Estado ad hoc. Cuando se crea una fiscalía paralela a la de anticorrupción ya existente, que es llevada por fiscales independientes en cuya cabeza se encuentra un murciano con categoría. Cuando nombra a la mayoría de los miembros del Consejo General del Poder Judicial encargado de designar a las altas magistraturas de la nación. Cuando introduce su mayoría en el Tribunal Constitucional, encargado de velar que la Constitución no sea conculcada. Cuando se intenta quitar la acusación popular, institución que existe desde hace 28 siglos en Roma como actio popularis. Cuando se amnistía solo para gobernar. Qué quieren que le diga: ¡Viva Europa! si es capaz de parar todo esto.
¿Y por qué se me ocurre precisamente ahora querer tanto a Europa? Pues porque hoy es su día, gracias a Robert Schuman, ministro francés de asuntos exteriores -menos besucón que Macron, dicen- que en 1950 sentó las bases de la cooperación en Europa a través de una declaración inolvidable, para celebrar la paz y la unión de los pueblos que están dentro de este continente, el más viejo del mundo, el más culto, y el menos respetado por Trump (menos mal que el Espíritu Santo interviene en la designación de papa).
Dice el irlandés Michael McGrath, comisario de Democracia, Justicia y Estado de derecho (casi nada) de la Unión Europea, que España puede mejorar su sistema anticorrupción. A lo mejor es por eso de la amnistía, sobre la que, por cierto, ha dicho que sigue de cerca su desarrollo, pero no se ha pronunciado sobre la legalidad de una ley realizada por y para los que fueron condenados por un delito de sedición, a cambio de sus votos para gobernar. Tampoco ha podido, ni querido, pronunciarse sobre la ley Begoña. Ni sobre el hermanísimo del presidente, donde la jueza ha visto indicios suficientes de delito en la creación de su plaza en la diputación de Badajoz, por lo que lo manda al banquillo, junto con once personas, entre ellas el presidente de la diputación, la directora y la diputada de cultura, un exasesor de la Moncloa y el líder del PSOE extremeño. Tampoco sobre el todopoderoso, en otro tiempo, Ábalos y sus relaciones con Koldo, Aldama, Miss Asturias y Jessica, que es la que más se ha sincerado, al decir que ni iba, ni se le esperaba, ni sabía lo que tenía que hacer en su puesto de trabajo pagado con dinero público. Menos aún, ha dicho acerca de la intención de suprimir la acusación popular, para que así si ese fiscal dependiente, y no hay acusación particular, no acusa, el juez no pueda condenar, cargándose una figura que tiene 28 siglos de tradición jurídica, desde los romanos con su actio popularis. Menos mal que nunca (o sí, quién sabe) se dictará un decreto-ley donde se establezca que los músicos a partir de ahora son inviolables como el rey, o que las esposas de los mandatarios puedan operar de apendicitis, sin estudiar Medicina. Como digo, sobre estas cuestiones el comisario no ha querido pronunciarse, lo que me parece bien, porque lo contrario sería una injerencia interna, además de una imprudencia, lo que desde luego no está en el ADN de los altos cargos, que deben tener una cintura de plastilina para seguir estando donde están.
En fin, que hoy, día de Europa, les estamos dando mucho trabajo a los gerifaltes europeos, sin estresarles, claro, pues ni corren ni se mojan más de lo necesario. Pero mientras nos sigan subvencionando, aunque después no les rindamos cuentas, ni les hagamos caso en algunos temas, como el de incrementar suficientemente los gastos militares, Europa es nuestra salvación. Así que, aunque no tengamos muchas luces durante horas, o los trenes se queden parados en mitad del campo, sin explicaciones convincentes, Europa nos quiere y nos respeta, gracias a la manera de actuar en algunas ocasiones del Ejecutivo, pues sus lemas son: el interés general siempre por encima del particular; la claridad frente a la opacidad; y la concordia entre sus componentes, sean de un partido o de otro, frente la discordia.
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