Opinión | Pulso político
Váyase, Sr. Presidente, los agricultores nos quedamos
"Entró este personaje en la Moncloa por las alcantarillas madrileñas, que algunos de sus colaboradores conocían a la perfección, también por la inacción de una oposición acomplejada y perpleja"

Un camarero sirve sidra en un bar durante el apagón. / Juan Vega - Europa Press
Si Francisco de Goya tuviese que expresar hoy la situación política de España, su ‘Duelo a garrotazos’ necesitaría mucho más espacio para representar a cuantos personajes de la actualidad política nacional hacen imposible la convivencia democrática.
Tras un apagón eléctrico —único en España— sufrido el pasado lunes, fuentes del Gobierno se han apresurado a trasmitir el futuro tapón hídrico al trasvase de agua del Tajo al Segura, lo que supondría retroceder cuarenta y seis años en la historia hidrológica española: el fin de la mayor obra de Estado construida en nuestra nación; volver a los secarrales murcianos, hoy denominados ‘huerta de Europa’; grandiosas pérdidas económicas; la ruina de muchos agricultores y de la industria asociada; y, lo que es más triste, enviar al paro a miles de peones agrícolas que, por su cualificación laboral, podrían quedar sumergidos en una auténtica tragedia familiar.
Para el que suscribe, nacido en Balsicas de Torre Pacheco, entre dos canales —el de la Segunda República, interrumpido por nuestra guerra fratricida, y el de la Dictadura—, habiendo defendido ambas obras; a la UCD de Adolfo Suárez, que lo puso en marcha; a la Ley de Aguas de Felipe González, que mandataba una planificación hidrológica nacional; así como a José María Aznar, que la proyectó, el anuncio de la mutilación de los envíos de agua del Tajo al Segura solo puedo concebirlo en la mente de un trastornado: el presidente del peor gobierno de la democracia española, el político que más insultos recibe cada día de los españoles.
No pasaré lista a todos y cada uno de los ataques que este personaje viene asestando a los poderes del Estado en un intento de acabar con el sistema de gobierno de monarquía parlamentaria contenido en nuestra Constitución, pues no cree en la política tal y como la concibió Platón, considerado ‘el padre de la filosofía política’. Este elemento es un fiel seguidor de Pitágoras: hace números y, si le salen, los aplica sin miramientos, aunque los sufra España entera —como con el apagón— o solo parte de ella, con el tapón hídrico al Levante español, condenando al sector primario sin contemplaciones.
Entró este personaje en la Moncloa por las alcantarillas madrileñas, que algunos de sus colaboradores conocían a la perfección, también por la inacción de una oposición acomplejada y perpleja. Persigue salir por su puerta grande, y no tengo ninguna duda de que lo conseguirá, pero debiera cuidarse de no hacerlo en un furgón celular de la Policía Nacional. No sería bueno para España ni para el presidente.
En todo caso, de producirse tan lamentable escenario para el país, hágase acompañar de alguna de sus ministras: les entretendrán con el carácter burlesco que exhiben permanentemente, más propio de las cortesanas que, a jornada completa o por horas, atendían a su equipo más próximo: los Koldo, Tito Berni o Ábalos. ¡Vaya tropa!, que diría Romanones.
El señor presidente debería saber que, al igual que la pluma es la lengua del alma, una azada no es un bolígrafo. Los agricultores del sureste están hartos de que se les persiga; no saben cuándo se va a ir usted de Moncloa, porque bastante han soportado, y también ellos le han soportado demasiado a usted. Pero no tenga ninguna duda: ni van a renunciar a sus derechos constitucionales, ni van a dejar sus cultivos para paseo de los bucólicos burócratas de Bruselas, acostumbrados a la moqueta. Al campo no se le ponen puertas, tampoco a la libertad.
La lealtad es una virtud; la libertad, un derecho. La lealtad, entendida políticamente, rara vez se concibe recíproca, de abajo a arriba y de arriba a abajo. Cuando esa errónea interpretación de la lealtad política —la disciplina— se pone en marcha por los poderes establecidos, la virtud permuta en vicio; la autoridad, la fuerza moral, en simple poder, y este, en abuso de poder o despotismo, que históricamente termina con el desalojo del poder por el pueblo soberano.
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