Opinión | Salud y rock and roll

@la_unzu

Fundido a negro

"Por unas horas este fundido a negro nos permitió dejar de atraparnos con los memes de gatitos o los vídeos de las redes sociales"

Un camarero sirve sidra en un bar durante el apagón.

Un camarero sirve sidra en un bar durante el apagón. / Juan Vega - Europa Press

Y se fue la luz. Papá escuchaba su radio como cada día; más allá de los bulos, las compras compulsivas de papel higiénico y la bronca política, todo pasaría, solo era cuestión de tiempo. Por unas horas este fundido a negro nos permitió dejar de atraparnos con los memes de gatitos o los vídeos de las redes sociales sobre las 5 mejores hamburguesas, los mejores planes que hacer en tu ciudad o ver a las influencers cómo te combinan todo lo que han comprado en la tienda de ropa de un señor de Galicia. Pasamos de una pandemia confinados a que todo el mundo se lanzara a la calle. De querer subir corriendo en ascensor y cerrarles la puerta en las narices a los vecinos, a formar corrillos junto a ellos para comentar lo que estaba ocurriendo. De tener que salvar la hostelería a bebernos todas las cervezas de las neveras de los bares antes de que se calentaran. Este país no te lo acabas.

Y llegó la noche y mirar al cielo era un regalo en un lunes que no olvidaremos. Se oyeron aplausos que recordaban a otros tiempos mientras desde mi terraza veía cómo las casas iban cobrando vida y nuestros móviles, por desgracia, también. Mis felicitaciones a todas las que no le mandaron un mensaje a su ex para ver si estaba bien; esa puerta no hay que volver a abrirla. Para los que romantizaron el apagón, no hace falta que se vaya la luz para encender una vela, pasear o escuchar una radio a pilas. Hablar con los vecinos o desconectar de las redes y del móvil. Han pasado algunos días y sigo en casa encendiendo velas de noche por iniciativa propia; esto no es de ahora, siempre he sido muy fan del siglo XIX.

He vuelto al mar; ha quedado inaugurada la temporada de baño, pocas cosas me relajan tanto. Pasear descalza por la arena, la sal en el cuerpo, tumbarme a leer en la playa. He empezado El año del pensamiento mágico; me reconozco en la escritora Joan Didion: «La muerte de un progenitor descoloca las cosas que tenemos muy dentro, desencadena unas reacciones que nos sorprenden y nos pueden liberar recuerdos y sensaciones que creíamos olvidados. Es como si estuviéramos en un submarino, en silencio sobre el lecho oceánico, sintiendo las cargas de profundidad, a veces cercanas y a veces lejanas, que nos azotan con recuerdos». Vivo sintiendo esas cargas cercanas de profundidad continuamente. Me reconforta leer y ponerle palabras a lo que estoy sintiendo este año.

He borrado de la bandeja de correo los mails que han llegado al spam por el Día de la Madre. Había uno especialmente cruel; el asunto decía: «¡Belén, tu madre se merece el mejor regalo!». O cómo un mensaje de publicidad puede tocarte y hundirte en décimas de segundo. Odio eterno a los correos masivos. Por si no tenía bastante, LinkedIn me ha mandado un correo diciendo que estoy triunfando y que se están fijando en mí, pero nadie me pide una cita. Llené la nevera de cervezas; este fin de semana he tenido visita, muchas risas y música. «Porque fuera hay cosas preciosas: hamburguesas, fútbol, mi madre» y, lo más importante, mis amigas suman más que mis demonios.

Hoy tengo resaca y algo de ansiedad; no me olvido de que no me gusta mayo, me pone triste, más aún de lo que ya lo estoy. Ojalá el tiempo pase rápido y este mes no se convierta en algo eterno. Al ritmo que vamos de acontecimientos históricos y los giros del guión, es posible que mañana nos caiga un meteorito o aterrice una nave llena de extraterrestres. Me encanta que los apocalipsis caigan en lunes; hacen la semana más amena. Cualquiera de las opciones me va bien, pero si tengo que elegir, me apunto a la invasión de marcianos al más puro estilo Mars Attacks! y que todos acabemos cantando junto a Tom Jones rodeados de ciervos: ‘It’s not unusual’.

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