Opinión | El prisma
'¿Qué se puede esperar del Cónclave?' | Nada nuevo en la plaza de San Pedro
‘Wishful thinking’, dicen en inglés: ilusiones. Eso son las ansias de que se elija un sucesor decididamente progresista

Se instala la chimenea en la Capilla Sixtina para el cónclave. / E.P.
Pongamos por caso que los cardenales reunidos eligen a un sucesor de Francisco dispuesto a mantener su línea supuestamente progresista, gracias a que el 80% de los que participan en la elección fueron designados por el difunto papa. Lo primero que habrá de dilucidar el nuevo jefe eclesial es si ese «supuestamente» era real o incierto. Es decir, si el mandamás fallecido llevó o no a la práctica en el catolicismo avances significativos hacia la llamémosle modernidad de los tiempos actuales.
Porque revisando, inevitablemente, los diez años de papado del finado surgen muchas dudas sobre si esa tendencia —supuestamente— progresista del jesuita rioplatense tuvo plasmación tangible, más allá de que provocara susceptibilidades su posicionamiento frente a corrientes católicas más reaccionarias que campaban por sus respetos desde 1978 tras los reinados del polaco Karol Wojtyla (Juan Pablo II) y del germano Josef Ratzinger (Benedicto XVI).
Porque es preciso señalar, pensando en el futuro papado, que Bergoglio, objetivo de las iras soterradas de las corrientes católicas más derechistas —verbigracia ‘Kikos’, Opus Dei, Legionarios de Cristo, etc.— , se había dejado muchas cosas en el tintero cuando la muerte le llegó. Esas fuerzas eclesiales más reaccionarias acumulan tremendo poder gracias a los dos papas anteriores al argentino, ambos alineados con las derechas neoliberales más anticomunistas, caso del papa polaco, y, además, con los representantes más oscurantistas en el interno de la Iglesia, caso del alemán.
Así, Bergoglio fue fácilmente etiquetado de «progresista» cuando recortó la prepotencia imperante de los reaccionarios católicos, sin que ello supusiera en ningún caso su apoyo claro a los más avanzados religiosa y socialmente dentro de la Iglesia. Sus «olvidos» avalan sobradamente las reticencias existentes sobre el pontificado del bonaerense. Naturalmente, cada uno ve las cosas a su modo y por eso quienes discrepaban del reaccionarismo imperante vieron en el recién fallecido su esperanza.
Sin embargo, desde fuera lo que se ve es que la «Iglesia para los pobres» tiene un patrimonio de al menos decena y media de miles de millones de euros, sin que los desfavorecidos del planeta, incluyendo migrantes y refugiados perseguidos, hayan obtenido más que buenas palabras para que se contenten con ellas y sigan nutriendo el rebaño. Tampoco fue capaz de expresar otra cosa que vagas buenas intenciones sobre la desigualdad de las mujeres o el reconocimiento de los derechos homosexuales, más allá de una visión paternalista y conmiserativa. Ni antaño se posicionó radicalmente frente a la dictadura argentina cuando era provincial de los jesuitas en su país, ni condenó diáfanamente siendo papa el ataque sangriento contra la libertad de expresión que fue el de Charlie Hebdo.
Su «progresismo» fue siempre más supuesto que real, meramente declarativo —mucha encíclica solidaria, negarse a mirar para otro lado en casos flagrantes de pederastia y poco más—, por mucho que algunos católicos estuvieran más que hartos de las posturas cuasi ultraderechistas amparadas por Wojtyla y Ratzinger. ‘Wishful thinking’, dicen en inglés: ilusiones. Eso son las ansias de que se elija un sucesor decididamente progresista: el entramado del régimen teocrático vaticano no lo consentiría de ninguna manera. En cualquier caso, si así fuera, su efectividad a efectos reales es más que dudosa, vista la experiencia con el jesuita bonaerense y la potencia de la jerarquía financiero-burocrática vaticana.
Poca cosa puede cambiar a mejor, pues, tras el Cónclave, aunque la mayoría de electores designados por el difunto consiguiera llevarse el gato al agua: visto lo visto, las esperanzas de cambios reales son nimias. Si triunfara otro jefe eclesial en línea con Wojtyla o Ratzinger —es decir, lo normal—, sería lo que toca y lo más acorde con las estructuras de poder vigente y emanante del Vaticano. Nada nuevo en la plaza de San Pedro. Al menos, será un jefe de Estado elegido por sus pares, no por la gracia de Dios.
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