Opinión | Pasado a limpio

Luces de la ciudad

Tal vez sea necesario extraer algunas luces del apagón, porque más importante que el suministro eléctrico, son las luces de quienes lo vivieron

Oscuridad en las calles de Cartagena tras el apagón eléctrico del lunes.

Oscuridad en las calles de Cartagena tras el apagón eléctrico del lunes. / Iván Urquízar

Estamos a 30 de abril cumplido, mañana entra mayo... sin flores, sin luz, sin papa. Por si no habíamos aprendido bastante con la pandemia, de las alarmas del cambio climático, de las guerras reales o las posibles, las danas, la guerra arancelaria y otras catástrofes, reales o imaginadas, nos faltó el apagón del lunes. Tardaremos aún en saber la causa del ‘cero eléctrico’, pero no era éste el tema de hoy, sino otro relacionado con mañana, pero resulta que no hay mañana sin hoy, ni hoy sin ayer, porque para ser hay que haber sido y lo que será proviene de lo que es ahora.

Tal vez sea necesario extraer algunas luces del apagón, porque más importante que el suministro eléctrico, son las luces de quienes lo vivieron; unos, los que saben, para extraer conclusiones de por qué ocurrió y qué ha de hacerse para que no vuelva a ocurrir. Otros, los que somos legos, porque lo que sucede, conviene, me susurra una voz cercana.

Pese a los colapsos en las grandes avenidas, anteayer pudimos ver un comportamiento ejemplar de conductores y peatones. Cuando los semáforos dejaron de funcionar, los usuarios de la vía pública nos movimos regidos por normas antiguas, tan interiorizadas que cualquier observador diría que eran reglas no escritas. Los conductores respetaban los pasos de peatones y éstos agradecían la deferencia, algo que no se veía en la ciudad desde hace lustros.

El siglo de las luces es una de las más conocidas novelas de Alejo Carpentier y su lectura nos hará colegir aquel lema del aguafuerte de Goya: el sueño de la razón produce monstruos. Anteayer por la tarde, pudimos comprobar cómo la ausencia del fluido eléctrico era aprovechada para poblar las calles, las plazas y los jardines. Los niños y jóvenes, desterradas las pantallas, se entretenían en juegos que hemos conocido desde pequeños, mientras los adultos podían contemplar el atardecer o el cielo estrellado contra la silueta de los edificios y los tejados de las iglesias. Fueron algunos de los efímeros placeres que volvimos a sentir fuera de las ondas electromagnéticas.

El siglo XVIII (con raíces en el XVII) fue el de la Ilustración y, aunque podamos hablar del despotismo ilustrado, lo cierto es que se caracterizó por una corriente racionalista que se impuso en la ciencia y arraigó con fuerza en las élites. Fue llamado el ‘Siglo de las Luces’ y sus manifestaciones abarcaron desde el descubrimiento del oxígeno por Joseph Priestley y Antoine Lavoisier, que enterraron para siempre la peregrina teoría del flogisto, hasta la fundación de las democracias modernas gracias a las revoluciones Francesa y Americana, pasando por los grandes pensadores que constituyeron la base de la Filosofía contemporánea: Hobbes, Descartes, Locke, Leibniz, Montesquieu, Hume, figuras que representan las dos grandes corrientes, empirismo y racionalismo, que desembocan en Kant, síntesis obligada.

Luces de la ciudad es la película de Chaplin que construye todo un mundo artificial alrededor de la invidente protagonista de la que se ha enamorado Charlot, el paupérrimo vagabundo; cómo la ceguera puede imaginar un mundo maravilloso, aunque ficticio.

Luces de bohemia de Valle-Inclán es el paradigma del esperpento, la obra que lo define y que retrata una sociedad tan desigual como el modernismo y la farándula, las ensoñaciones de unos personajes desubicados por la disparatada valoración del talento.

La luz que nos faltó anteayer no tiene nada que ver con las luces que uno tiene como referencia: las de los sueños, las de las ilusiones, las de una humanidad que se perdió hace tiempo con otras luminarias. Luz de gas es una película británica de los años 40, de culto para los cinéfilos: el marido es un malvado que confunde a la protagonista hasta el punto de hacerle creer que pierde sus facultades mentales. Tantos embaucadores pretenden confundirnos con sus insidias, hasta el punto de hacernos impermeables a la pura y simple lógica. Hemos construido un mundo tan complejo, que no somos capaces de discernir si el emperador está vestido o desnudo.

Los sistemas complejos, por muy racionales y eficientes que sean, pueden colapsar por las causas más simples. Vivimos entramados en sistemas complejos que nos hacen especialmente vulnerables. Para extraer alguna moraleja, deberíamos atender a lo que Javier Sampedro (genetista y biólogo molecular) comentó en la radio: un sistema sanitario eficiente se construye durante muchos años, con mucho esfuerzo, recursos y paciencia, pero lo destruye un imbécil en segundos. Se refería al tiempo que tarda Donald Trump en echar una de sus firmas.

Las iglesias paleocristianas podían ser construidas por un particular, pero para consagrarlas, el obispo del lugar preguntaba cuánta cera se podía pagar, era para iluminar con la luz divina. La muerte del papa también es una luz que se ha apagado para los creyentes, incluso para los que no.

Mañana será el Día Internacional del Trabajador y para ser conscientes de lo importante que es y lo vulnerables que somos, es necesario que sea fiesta. Para todos, creyentes o no, trabajadores, autónomos y empresarios, una petición: divinas o humanas, que no nos falten las luces.

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