Opinión | Pulso político
Un año de la carta de amor de Sánchez a sí mismo
Un año después de aquella carta infame de amor al poder, no es solo que la situación de Pedro Sánchez haya empeorado: es que ha arrastrado a toda España a su propia inmundicia

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. / A. Pérez Meca / Europa Press
Fue hace un año. Pedro Sánchez utilizaba el género epistolar para comunicarse con los españoles y anunciaba que se permitía el lujo de tomarse cinco días de asueto para reflexionar sobre su futuro político. En concreto, sobre si le merecía la pena continuar como presidente del Gobierno de España. Una carta que nos hubiese mantenido en vilo a todos si no supiéramos sobradamente quién es Pedro Sánchez.
Bien pronto quedó al descubierto lo que no era sino un fraude más, otro engaño monumental a los españoles. En efecto, se trataba de una carta de amor, pero de amor a sí mismo y a su verdadera obsesión, que es el poder. Y, sobre todo, de una maniobra de distracción, y también de autoprotección. Una especie de primera línea de defensa frente a lo que sabía que iba a hacerse público: la corrupción que empezaba a cercar a su entorno personal, político y familiar.
Una corrupción que él atribuía a los ‘bulos’ y al ‘fango’ generados por la ‘fachosfera’ mediática, a la que amenazaba con poner coto, pero que, un año después, no ha hecho sino acreditarse y confirmarse en sede judicial. Y no solo eso: desde entonces, los escándalos se han multiplicado y han ido adquiriendo un carácter cada vez más sórdido. Doce meses después de aquel vodevil de hipocresía y narcisismo, el horizonte judicial del círculo más estrecho de Sánchez es aún peor: su mujer, cuatro veces imputada; su hermano, también investigado judicialmente; el fiscal general del Estado, imputado por primera vez en la historia de la democracia; y, por si fuera poco, el Tribunal Supremo terminó imputando a quien ha sido su número dos en el PSOE, José Luis Ábalos, investigado por cuatro delitos.
Por desgracia, un año después de aquella carta infame de amor al poder, no es solo que la situación de Pedro Sánchez haya empeorado: es que, al aferrarse al sillón de Moncloa con más desesperación conforme la corrupción ha ido creciendo a su alrededor, ha arrastrado a toda España a su propia inmundicia y sumido a nuestra democracia en la degradación institucional y el destrozo moral. Porque su reacción ante el gran número de escándalos que han ido acumulándose en su entorno personal y político, lejos de asumir responsabilidades políticas, ha consistido en tratar de imponer iniciativas que buscan la impunidad de su familia, su partido y su Gobierno. Y no ha hecho más que avanzar en su estrategia de colonización y apropiación de las instituciones y en esa despótica forma de gobernar que siempre le ha caracterizado.
Pese a todo, no ha podido evitar que los contrapoderes de nuestra democracia, sobre todo la Justicia, medios de comunicación y oposición, hayan actuado ante el auténtico ‘tsunami’ de corrupción, sumarios e imputaciones. El número de altos cargos del PSOE que han acudido al juzgado ha sido mucho mayor que las leyes aprobadas por este Gobierno.
Porque, además, el Gobierno de Sánchez se encuentra ahora en una situación insostenible, cada vez más débil y dividido. Un Ejecutivo que depende de lo que le marcan sus socios independentistas, de las órdenes procedentes de Waterloo y de los vaivenes y berrinches ocasionales de sus socios en el Gobierno de coalición. Y que ahora también se encuentra en vilo a la espera de que se hagan públicos los WhatsApps del imputado fiscal general del Estado.
Un Gobierno, en suma, que, como viene demostrando en cada ocasión, carece de cualquier proyecto que no sea proteger al inquilino de la Moncloa al precio que los españoles tengan que pagar, y cuyo único pegamento que une a sus ministros es el de los sillones. España no puede seguir con este desgobierno de forma permanente.
El Partido Popular, de la mano de Alberto Núñez Feijóo, pondrá fin a la situación de anomalía política sin precedentes a la que Sánchez somete a España. Y devolverá la normalidad y la dignidad a todas las instituciones de nuestra democracia.
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