Opinión | Tribuna Libre

Le tengo miedo a los idiotas

La propuesta actual de Trump es que la política sea directamente un negocio para quien llegue al poder, o sea, la corrupción institucionalizada

Donald Trump, presidente de Estados Unidos.

Donald Trump, presidente de Estados Unidos. / Jim Lo Scalzo / EFE

Desde el 20 de enero para acá, cito con frecuencia esta frase de Facundo Cabral: «Le tengo miedo a los idiotas porque son muchos y pueden elegir presidente». Y es así, lo han elegido, y el idiota elevado al poder por otros idiotas está haciendo idioteces todo el rato. ¡Menuda sorpresa!

Quienes hasta ahora hemos creído que el capitalismo salvaje es un sistema que podría acabar con la vida en el planeta, hemos descubierto estas últimas semanas que aún hay algo peor, y es la metástasis generada por Trump y su equipo y que lleva largo tiempo larvada: la destrucción del estado por una parte y el proteccionismo decimonónico a ultranza en un sálvese quien pueda mundial por otra. El objetivo es eliminar la comunidad en cualquiera de sus formas, una especie de solipsismo en el que solo existe su país, y dentro de su país solo tienen derecho a existir los hombres blancos enfadados contra políticas igualitarias y/o de justicia social, eso que ellos llaman woke. Una forma de hacer política basada en un chute de testosterona cargado de emocionalidad tóxica y revanchista.

Si hasta ahora el peligro de una democracia era la corrupción, que alguien llegara a la política para enriquecerse, destruyendo así instituciones y valores democráticos, la propuesta actual de Trump es que la política sea directamente un negocio para quien llegue al poder, o sea, la corrupción institucionalizada. Ha dinamitado la política tal y como lo conocíamos y la ha convertido en una mera dinámica de mercado. No es un modelo completamente ex novo, pero sí una degeneración barroca del viejo capitalismo instalado en el poder.

Los políticos ultras nos advierten cada día de un colapso civilizatorio, colapso que ellos mismos propician. Le tienen alergia a cualquier forma de democracia, justicia o solidaridad, y se inventan, ellos que pueden, la verdad que más les conviene, convertida en canon por la vía del altavoz de las redes sociales. No olvidemos que en la toma de posesión de Trump estuvieron presentes Musk y Zuckerberg, como Göbbels de una nueva era. A destacar también la admiración que siente Trump por Putin, y no es de extrañar, porque ambos tienen la misma forma personalista y mafiosa de hacer política. Si les sumas al genocida Netanyahu, tan protegido por la Administración norteamericana, abres un periódico ahora y parece un cómic de supervillanos.

Si pensamos que este revulsivo trumpista puede tener una remota parte positiva en forma de reacción democrática, estamos equivocados. Lo vimos con el tándem Thatcher-Reagan y no lo pudimos evitar, la revolución conservadora se completó, estamos viviendo una etapa más, una inesperada coda ultraconservadora en forma de lanzallamas.

En estos días de «a ver qué se le ha ocurrido hoy a Trump» pierden los pobres, los inmigrantes, los trabajadores, los investigadores, los estudiantes, los enfermos, las embarazadas, los bomberos, los científicos, los controladores aéreos… pero no solo ellos, también pierden dinero a chorro los megarricos que financiaron su campaña; ha expulsado del país a los magazolanos que le dieron su apoyo; lleva camino de arruinar a los trabajadores que votaron por él; ha dicho que hacen cola para «besarle el culo» (sic) los líderes de todas las naciones, también de las que le respaldan. Y ni aun así caen en la cuenta sus fans. Están ahí como diciendo: «Esperad, esperad que enseguida va a hacer algo que nos convenga». Así hasta dejar el país en los huesos con este ‘pormishuevismo’ y al planeta tocado del ala desde el punto de vista económico.

Y aún hay gente que se pregunta si Trump es un genio o un loco. Pues ni lo uno ni lo otro, simplemente un cretino al mando. Es tan tonto que el ampuloso ‘Día de la Liberación’, como llamó él a comparecer con un cartel de cartón pluma -creyéndose un Moisés con las tablas de la ley- para repartir aranceles incluso a los pingüinos de las Islas McDonald (algo que Financial Times ha definido como un «asombroso acto de autolesión»), parece esa bofetada que se dan los malos payasos en su propia cara queriendo abofetear a otro.

Lo peor es la constatación de que nos gobiernan los más tontos de cada casa, porque su vicepresidente, JD Vance, tampoco se queda atrás: ha hecho un provocador viaje a Groenlandia ¡en vaqueros!, y ha dicho que «hace un frío que te cagas» (increíble, pero sic) y que nadie le había advertido (sic también) de que no era buena idea ir en jeans.

Pero por encima de todo me fascina la falta de reacción de un partido republicano, que lleva en su ADN el rechazo a los impuestos, secuestrado por un bufón con la cara naranja que ha hecho del planeta entero su campo de tiro arancelario. 

Y me pregunto si realmente es posible que un país de 340 millones sucumba ante un fulano que quiere más potencia en el grifo para «lavarse su precioso pelo» (sic de nuevo, y ya paro), ante un elemento que es un meme con patas, un sujeto con el que no se pueden hacer chistes porque él es la broma. 

Pues yo qué sé qué deciros, recordemos que nadie fue capaz de detener a Hitler hasta que la devastación fue inasumible. Y da miedo pensarlo.

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