Opinión | Pasado a limpio
Papa Francisco: el hacedor de puentes
El pontífice ha muerto haciendo honor a su título, tendiendo puentes hacia la paz, hacia la fraternidad universal y el compromiso con los desfavorecidos

El papa Francisco, en una imagen de archivo. / EFE/RICCARDO ANTIMIANI
Uno de los títulos más antiguos del papa es el de sumo pontífice. Pontifex maximus era quien presidía el colegio sacerdotal en la antigua Roma. Su fundación se atribuye a Numa Pompilio, el rey sabio y piadoso que sucedió a Rómulo. Como quiera que Julio César fue elegido para ese cargo antes de su consulado, los emperadores romanos se lo atribuyeron entre sus títulos y el papa lo heredó.
El significado es una metáfora mística: el constructor de puentes. ¡Qué importante en Roma! fundada en las orillas del Tíber, caudaloso y navegable. Los romanos no inventaron el puente de arco, pero los construyeron por toda la extensa red de calzadas que trazaron. El puente es el camino que cruza el río, pero también el que une lugares distantes. Ponto es el nombre que los griegos dan al mar, pues un pueblo marinero no contempla el mar como la extensión de agua que separa, sino la que une lugares distantes. Por ello, la metáfora del constructor de puentes que une la asamblea de creyentes -ecclesia- con la divinidad tiene una intensidad poética de tal magnitud que ha resistido durante siglos, uniendo dos civilizaciones, la Antigüedad clásica y nuestra sociedad occidental.
La sede del papa es el Vaticano, el lugar del vate, una colina al otro lado del río en la que hubo un antiquísimo oráculo de origen etrusco. La tradición dice que San Pedro fue enterrado en una necrópolis que allí hubo, donde hoy se alza el templo que lleva su nombre.
Francisco ha sido el primer papa de la Compañía de Jesús, la milicia espiritual fundada por San Ignacio de Loyola cuando abandonó el ejercicio de las armas a causa de una grave herida de guerra. El espíritu evangelizador de la orden jesuita la hizo poderosa y pieza clave de la Contrarreforma. El superior de la congregación fue llamado ‘Papa negro’, bien por el poder que tenía dentro de la Iglesia, bien por el hábito que visten los jesuitas. Tal fue la potencia de la orden que el enfrentamiento con poderosos reinos y repúblicas fue inevitable. La orden fue expulsada de los países católicos y conoció el exilio. Fue disuelta por el papa Clemente XIV y restaurada por Pío VII. Detractores de la orden fueron Napoleón y John Adams, porque la orden siempre se ha significado en la formación y el magisterio, no sólo de los clérigos. Fundó la primera universidad católica de Estados Unidos, Georgetown, en el mismo año de la Revolución Francesa. Tuvo un papel fundamental en el Concilio Vaticano II y, posteriormente, en el surgimiento y propagación de la Teología de la Liberación, con figuras como Jon Sobrino e Ignacio Ellacuría.
El papa Francisco vivió en ese contexto y fue testigo de la proscripción de esta corriente teológica por parte del papa Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (nombre actual de la Inquisición). Pero la orden jesuita siempre ha tenido una capacidad dialéctica notable y Jorge Mario Bergoglio no se significó en la línea próxima al marxismo, sino en la llamada ‘opción preferencial por los pobres’, idea germinal de varias lecturas que identifican el término ‘pobres’ no sólo con los desposeídos, sino con la misma idea de pueblo.
Esa idea motriz ha marcado el apostolado del papa Francisco, originario de un barrio obrero, hijo de emigrantes italianos huidos del fascismo, crecido y educado lejos de las élites económicas y políticas. Bergoglio se significó en la iglesia cercana a los pobres, los desfavorecidos, los excluidos. Por supuesto, también a los inmigrantes, como argentino hijo de italianos. ¡Cómo no iba a tener enemigos! Sectores del alto clero, la curia institucional, tan cercana al poder, no lo terminaron de aceptar, no digamos los líderes ultras como Milei, que le dedicó desaforados improperios. Poderosos enemigos, pero también multitud de fieles, el papado de Francisco ha estado marcado por el compromiso, no exento de polémica. Su apostolado no puede dejar indiferente a nadie, ni a los ateos.
El pontífice ha muerto haciendo honor a su título, tendiendo puentes hacia la paz, hacia la fraternidad universal, el compromiso con los desfavorecidos, también con el medio ambiente; potenció a la mujer en la curia, habló en favor de los homosexuales, de los divorciados y condenó sin paliativos la execrable pederastia, que no prescribe a los ojos de Dios. Francisco tomó el nombre en clara referencia al santo de Asís, fundador de otra orden humilde, entregada y comprometida con el mensaje evangélico y con la naturaleza. Para ciertos sectores conservadores, eso es radical, revolucionario. ¡Será que no lo fue Jesús!
Puentes hacia la divinidad, no sólo para acercar la comunidad de creyentes a Dios, sino también para unir a las gentes de diversas creencias, incluso a quienes no creen.
Gracias por la esperanza.
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