Opinión | Luces de la ciudad
Nos pasamos la vida eligiendo
Por más que nos empeñemos, seguiremos acertando y equivocándonos en nuestras decisiones

Ilustración de Leonard Beard.
Hoy he acudido a una óptica para una revisión rutinaria. En su interior, un cliente se debatía entre dos modelos de moldura para sus nuevas gafas. La optometrista le aconsejaba sobre una de ellas, pero él no lo tenía claro. Veinte minutos después, al marcharme, el señor seguía con sus dudas.
La situación -que no tenía nada de excepcional-, elegir unas gafas, se había convertido en un auténtico quebradero de cabeza para esta persona y en un motivo de reflexión para mí: ¿cuántas decisiones nos vemos obligados a tomar al cabo del día?, ¿cientos?, ¿miles? Repaso mentalmente algunas de las que he tenido que tomar en lo que va de día, desde cómo tomar el café, qué ropa ponerme, dónde aparcar el coche... hasta qué calles elegir para llegar a la óptica. Todas ellas, y muchas más que llegarán con el paso de las horas, decisiones cotidianas, la mayoría insignificantes, que son tomadas casi de forma instintiva.
Otras, sin embargo, no tan abundantes, pero de mayor calado, requieren un proceso más profundo de reflexión por su mayor influencia en el devenir de nuestras vidas: residir en una ciudad u otra, comenzar una relación o romperla, cambiar de trabajo, tener hijos o no, etcétera.
El asunto es que, sean de la índole que sean las decisiones que tomamos, nos pasamos la vida eligiendo. En muchas ocasiones sin saber si lo hacemos por iniciativa propia o influenciados por las circunstancias o por otras personas. Motivos estos por los que podemos llegar a plantearnos si la vida que vivimos es tal y como la habíamos imaginado. Si es la vida que queríamos vivir.
Una circunstancia que podría hacernos sentir en un presente incierto. Y es ahí, en esos momentos en los que la vida pesa como una enorme losa de mármol, cuando surge la duda sobre lo acertado o no de nuestras decisiones. Es precisamente en ese instante cuando el pasado, ante la imposibilidad de vislumbrar un futuro cercano, golpea con fuerza para recordarnos que hubo silencios que no respetamos, miradas que nunca echamos, decisiones que nunca tomamos, conversaciones que nunca tuvimos…, situaciones que, por más que lo intentemos, ya nunca tendremos la oportunidad de cambiar.
Según un proverbio chino existen cuatro cosas en la vida que no se recuperan: una piedra, después de haber sido lanzada; una palabra, después de haberla dicho; una oportunidad, después de haberla perdido; el tiempo, después de haber pasado.
En fin, que por más que nos empeñemos, seguiremos acertando y equivocándonos en nuestras decisiones y el resultado de las mismas continuará influyendo de una manera u otra en nuestras vidas, unas vidas que vamos creando a medida que vamos viviendo, unas vidas que -sea cual sea nuestra elección- no dejarán de suceder.
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