Opinión | Las trébedes

Desconcierto

Cada vez más ciudadanos de estados sociales y democráticos de derecho se sitúan a favor de estos machos que se proclaman capaces de resolver los problemas pasándose por el arco de triunfo los límites de las leyes

Ilustración de Fernando Montecruz.

Ilustración de Fernando Montecruz.

El desconcierto que sentimos los educados en los derechos humanos y en la democracia, los creyentes en la justicia social basada en la dignidad de todos los seres humanos; los partidarios de una mínima igualdad de oportunidades, y sin caer en la ingenuidad, del diálogo y el pacifismo, y de la lucha contra la pobreza y la injusticia; los defensores de un ‘estado social’ capaz de garantizar a todos ese nivel de vida digno, donde la sanidad, la educación y las pensiones públicas brinden ese mínimo bienestar universal; los que seguimos creyendo en principios de convivencia como la libertad de prensa, a pesar de saber los intereses que la infiltran... Solo nosotros, los biempensantes que creemos en la democracia, incluso en esta en la que los partidos han demostrado su degradación a base de corrupciones y de preferir la sumisión al debate interno y la mediocridad al mérito; nosotros, decía, esos sujetos somos los que estamos desconcertados ante el terremoto propiciado por el presidente Trump, quien parece el paradigma del nuevo modelo de líder arrasador, véanse Milei, Putin (20 años ampliando sus votantes en cada elección), Orbán, Bukele, o Lukashenko (más de 30 años seguidos en el poder, sin despeinarse). Varones de pelo en pecho, primates aparentemente toscos pero dotados para ejercer el poder sin complejos como dijo aquél, dispuestos a encabezar popularmente los procesos de erosión democrática que empiezan a parecer imparables y que observamos atónitos junto a las trébedes. Y cada vez más ciudadanos de estados sociales y democráticos de derecho se sitúan a favor de estos machos (de momento) que se proclaman capaces de resolver los problemas pasándose por el arco de triunfo los límites de las leyes y tomando los derechos humanos como debilidades ridículas que hay que superar. ¿Triunfo? Exacto, he ahí la conducta y la actitud que tanto nos desconcierta: no lo entendemos porque seguimos pensando que la política es el arte de gobernar para el bien común, de trabajar para ampliar las cotas de justicia y bienestar de la sociedad, de ejercer el poder y emplear el dinero público para generar las infraestructuras, instituciones o mecanismos que posibiliten un futuro mejor para todos. Nuestros ideales nos están llevando al error de pensar que Trump está loco o que es movido por su deseo de venganza, o de autoafirmación o incluso por ese nacionalismo simplista.

El estado del bienestar tiende a reducirse en la medida en que los procesos de desdemocratización avanzan. La privatización o el desmantelamiento de los servicios públicos (en Estados Unidos, miles de trabajadores han sido despedidos), la eliminación de la ayuda internacional, el desprecio del Poder Judicial, las limitaciones a la prensa libre no obedecen solo a una estrecha visión del estado, sino a la busca de un mundo donde los negocios priman y no entienden de derechos humanos ni de responsabilidad social. Más allá de los asuntos particulares en EE UU (si los amigos de Trump van a soportar sus pérdidas económicas con la promesa de mayores ganancias a más largo plazo, si el estilo autoritario del jefe podrá mantenerse o no, si esa buscada reindustrialización encontrará la mano de obra que necesita), la clave es si es posible aún revertir los procesos de erosión democrática, pues vemos que la extrema derecha también en la Unión Europea avanza hacia el poder. Estudiosos como Bermeo, Levitsky y Ziblatt nos han advertido de los mecanismos que dañan la calidad democrática y abocan al autoritarismo y los tenemos a la vista cuando se degradan las elecciones libres y justas (Trump negando los resultados y animando a asaltar el Congreso); cuando se exagera la amenaza para la seguridad nacional (por ejemplo, señalando a los inmigrantes); cuando se debilita el Estado de derecho (poniendo en tela de juicio la capacidad de los tribunales para controlar al gobierno) y cuando se limitan las libertades civiles (la libertad de prensa y de expresión para criticar al gobierno; se prohíbe el matrimonio homosexual [Orbán, dentro de la UE]). El miedo asoma la patita y como triunfe la suerte estará echada. 

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