Opinión | Pasado a limpio
Desde el cielo hasta los infiernos

‘La coronación de espinas’, en la procesión del Lunes Santo de Murcia. / Juan Carlos Caval
La Semana Santa me induce a la reflexión. Las procesiones que conozco bien, las ceremonias religiosas que he visto desde pequeño, la lectura de los pasajes evangélicos y otros textos no necesariamente piadosos, me motivan pensamientos sobre la vida, la muerte, la trascendencia o los valores en que anclamos nuestra sociedad y el contraste con otros más laicos. Hasta la música propia de esta semana, en tiempo andante de marcha, a veces fúnebre, o de clarines que hienden los cielos, parecen una llamada a la piedad y el recogimiento. También las composiciones de Bach inspiradas en los evangelios de San Mateo o San Juan mueven a trascender todos los cánones imaginables.
En estas cavilaciones anduve, pensando en el tema de hoy, cuando tuve noticia de dos accidentes mortales. Cinco mineros, en una mina asturiana; y cinco miembros de una familia de un alto ejecutivo de una multinacional, al estrellarse en las aguas del Hudson en Nueva York el helicóptero en el que viajaban.
El padre de la familia fallecida en Nueva York tenía un alto estatus económico y el fatídico accidente se produjo en un vuelo turístico con la Gran Manzana a vista de pájaro. Los mineros asturianos, según hemos sabido más tarde, trabajaban para una empresa que extraía carbón sin licencia de extracción, sin plan de labores y en condiciones laborales impropias de nuestro tiempo, por utilizar un eufemismo que evite términos más penalmente explícitos.
Hace poco hablábamos de las coplas medievales sobre el tema de la muerte, en una tradición que se extiende por la literatura francesa, italiana y española. En clave satírica, con una idea igualatoria de la muerte, se emparenta con otras manifestaciones artísticas que denostan la vanidad, siguiendo los versos del Eclesiastés: vanitas vanitatum et omnia vanitas («vanidad de vanidades, todo es vanidad»). Una mirada a nuestro alrededor nos muestra un elenco de acaudalados y poderosos cuyas declaraciones son muestras palpables de fatua vanidad.
Según un viejo adagio del mundo del Derecho, la propiedad del suelo abarca usque at coelum et ad inferos («desde el cielo a los infiernos»), y si seguimos una determinada interpretación bíblica, Dios hizo al hombre señor de la creación. Cierto es que ambas concepciones, tanto en la doctrina jurídica como en la teológica, pueden considerarse superadas por otras menos antropocéntricas, pero no totalmente desterradas, pues forman parte de una tradición tan inveterada como irreflexiva, que justifica un dominio absoluto sobre la naturaleza. Todo ese poder se sustenta sobre los frágiles hilos que manejan las Parcas.
No tengo tan clara esa idea igualatoria de la muerte. Siempre ha sido evidente la diferencia entre morir en los cielos, desde las hazañas bélicas del Barón Rojo a la legendaria desaparición de Saint Exupéry, autor de El Principito, en su último vuelo sobre el desierto. Hasta el viejo mito de Ícaro, el primer accidente aéreo, nos habla de una fatalidad producto de la vanidad juvenil.
El contraste con la muerte que canta Víctor Manuel es evidente: «En la planta 14 del pozo minero, una tarde amarilla, tres hombres no volvieron». El carbón que ennegrece los rostros sólo iguala los cuerpos inertes de quienes murieron en el mismo lugar, tan cerca del averno. La muerte en lo hondo es negra, puro dolor, acaso rabia.
No me queda claro que la conclusión de las Coplas de Mingo Revulgo sea válida salvo para mundana consolación: «es menos dañoso / pacentar velando por lo costero, / que lo alto y hondonero / juro a mí que es peligroso». Ni siquiera las indemnizaciones de las aseguradoras, si acaso las hay en el caso asturiano, igualarán ausencias tan dispares. No, la muerte no es igualatoria, pues hasta para morirse hay clases.
Tiempo de meditación: las llamadas a la procesión con las bocinas de burlas y los tambores destemplados provocan acordes disonantes, estridentes, nada armónicos. Los nazarenos salen con los capirotes sobre la cabeza, como los condenados a muerte en su último paseo hasta el rollo donde iban a ser ejecutados. El tocado que algunos llevan sobre los hombros no es vestimenta de gala, sino un sambenito, cuyo origen está en el ‘saco bendito’ que, a modo de escapulario, se colgaba a los penitenciados de la Inquisición.
Jesús, que predicaba el amor fraterno, fue condenado a muerte por los poderes de su tiempo. Las procesiones, aparte de festivas tradiciones, son una puesta en escena que recrea la injusta y despiadada condena de Cristo. Convendría no olvidarlo, pues forma parte del legado cristiano de Europa, tan reivindicado por los muchos que, al mismo tiempo, rechazan a los inmigrantes que buscan una nueva vida en tierra ajena. Ese desprecio me recuerda los certificados de limpieza de sangre que exigían los cristianos viejos a los conversos. El origen, la raza o el estatus social, sigue siendo criterio distintivo de las personas, si vienen de los cielos o de los infiernos.
Suscríbete para seguir leyendo
- Alerta de la Guardia Civil a toda España por lo que está pasando con las multas de tráfico de la DGT: '1.600 euros
- Horario y recorrido de las procesiones de Jueves Santo en Murcia
- La Comunidad tala más de 150.000 árboles afectados por la sequía
- Horario y recorrido de las procesiones de Viernes Santo en Murcia
- Alarma por un incendio en el bar La Tapa de la Plaza de las Flores de Murcia de madrugada
- Estas son las tiendas y supermercados que abren el Jueves y Viernes Santo en la Región
- Alcaraz, ante un especialista en tierra: dónde ver y a qué hora el partido
- Un millón de euros de la UE perdidos en Cartagena por la negativa de ceder unos terrenos