Opinión | Semana Santa de Cartagena

Evolución de la Pasión en Cartagena

La Semana Santa es el resultado de identidad frente a innovación, de superar dificultades económicas, de desastres históricos, de rivalidades, de colaboración, de aprendizaje y de responsabilidad a través de los siglos

Ilustración de una antigua procesión en Cartagena.

Ilustración de una antigua procesión en Cartagena. / Karma 21

A todos nos gustan las procesiones de Cartagena tal y como son ahora, pero hemos de saber que no siempre han sido así. Su evolución se debe, en mi opinión, a las innovaciones, a las dificultades económicas, a los desastres históricos y a algo muy cartagenero, la emulación y la colaboración. 

Los teólogos nos dicen que los antecedentes de la Semana Santa se remontan al siglo IV dC, cuando tras la conversión de Constantino, la iglesia salió a la calle. Pocos detalles sabemos de su desarrollo en Cartago Nova, su teatralización posterior y el impulso de las procesiones por la contrarreforma católica que siguió al Concilio de Trento, pero sí que en el siglo XVII procesionaban en nuestra ciudad desordenados penitentes en cumplimiento de un voto, acompañando pasos primitivos, pequeños y ligeros, llevados por fieles, precedidos de músicos voluntarios, y con imágenes, o ‘insignias’, vestidas humildemente e iluminadas con cuatro faroles.

Nuestras procesiones han ido superando obstáculos a lo largo de los siglos, introduciendo mejoras, y también algunas ‘peoras’, pero siempre constructivas

Nuestras procesiones han ido superando obstáculos a lo largo de los siglos, introduciendo mejoras, y también algunas ‘peoras’, pero siempre constructivas.

A partir de 1750 se inició una primera renovación, a pesar de la pobreza de las cofradías, y la Semana Santa de Cartagena se ligó al escultor Francisco Salzillo, y a otros, porque los californios y los marrajos les encargaron muchas imágenes para mejorar las existentes, financiadas por los hermanos mayores, por particulares anónimos o por grupos gremiales incorporados a las cofradías, como los albañiles, los calafates, los pescadores, etc. En ese siglo XVIII llegó el asentamiento, con la preocupación, presente ya entonces, de no convertirse en un espectáculo, un elemento de reflexión intelectual en sus procesiones, pero este empezó a ser sustituido a final del siglo XIX por la narración pasionaria, con la incorporación, por ejemplo, del primer crucificado en Cartagena en 1880 por la Cofradía Marraja, una talla anónima del penal; o de la Santa Cena, en la procesión california en 1883.

Procesión del Cristo del Socorro.

Procesión del Cristo del Socorro. / Pedro Valeros

No faltaron conflictos, como con el ayuntamiento, como cuando en 1761 la hermandad marraja decidió trasladar, sin permiso, ‘el Encuentro’, que entonces se realizaba en la plaza Mayor, a la más marginal, pero más grande, de la Merced; conflictos con el obispo, como cuando ambas cofradías estuvieron años sin salir a partir de 1774 por exigirles reducir el lujo en las procesiones, y que se saliese de día para asegurar su recogida antes del toque de oración; y conflictos dentro de la misma cofradía, como entre 1880 y 1910 sobre si sacar al San Juan o al San Pedro delante de la Virgen del Primer Dolor.

La prensa siempre ha tenido mucho peso, en especial algunos cronistas de la ciudad como Manuel González Huárquez, Isidoro Martínez Rizo o Federico Casal Martínez, cuyos artículos actuaban como gubias moldeando el devenir de las procesiones. A lo largo de los años se ha discutido y polemizado sobre si se debían introducir, o no, algunos cambios: los ramos de flor artificial; las nuevas túnicas de las imágenes; el tipo de comida y la vajilla usada en la Santa Cena; etc. ¡Cómo nos gusta a veces a los cartageneros garbillar agua!

Tras los primitivos, desordenados y pequeños pasos del siglo XVII, la primera renovación llegó a partir de 1750 ligada al escultor Francisco Salzillo

Hubo innovaciones desde los primeros años, de esas que se consolidan y exportan, como la presencia de la compañía de armados en los californios desde su fundación, introducidos en las marrajas en 1752 y en las del resucitado en 1949, simbolizando a los ejecutores de Cristo, razón por la que se les conoce como ‘judíos’.

El orden, quizá nuestra característica más genuina, no siempre estuvo ahí, y su aparición parece que no tiene solo que ver con el carácter castrense de la ciudad, sino con la introducción de la energía eléctrica en los tronos y los hachotes de los penitentes alrededor de 1914, que obligó a unirlos a todos a través de unos cables, y a llevar un cierto orden del que ya se hacía publicidad en 1919. Cada agrupación fue encontrando su personalidad en su cadencia propia, convirtiéndola en una seña de identidad. ¡Qué sería ahora de las procesiones cartageneras sin su orden!

Procesión del Jueves del Silencio en Cartagena.

Procesión del Jueves del Silencio en Cartagena. / Karma21

Otra gran innovación se introdujo cuando un grupo de cofrades marrajos, descontentos con la falta de recogimiento de una buena parte de los soldados que salían de penitentes, comenzaron a suplirlos en algunos tercios. El hermano mayor los felicitó y los animó a crear en 1926 la primera agrupación de Semana Santa, la del Santo Sepulcro. Otras innovaciones, en cambio, no cuajaron y cayeron por su propio peso, como cuando el ayuntamiento quiso dotar hace cien años a la Semana Santa del carácter de ‘fiesta primaveral’, para atraer turistas, programando actos lúdicos confundidos con los religiosos, y terminando el Domingo de Resurrección con una cabalgata y con la ‘quema de Judas’.

También han aparecido y desaparecido a lo largo de los años cofradías pasionarias, como la del ‘Cristo de la columna’, que desfilaba en 1640; ‘Hermandad del huerto’, en 1642; ‘Cristo Crucificado’, en 1646;  ‘Cofradía infantil sanjuanista’ o ‘del Carmen’, nacida con niños en 1910, con un hermano mayor de 12 años, y que desapareció en 1919.

Por fortuna para todos, las novedades también llegaron al campo de la igualdad, y poco a poco se han dado pasos para una justa integración de la mujer, como su entrada en el tercio de granaderos en 1915, la creación de la primera agrupación femenina en 1943, la fundación del primer tercio mixto en 1979 o la aparición de un trono llevado solo por mujeres en 1998, continuando en el siglo XXI las primeras mujeres mayordomo y la primera hermana mayor.

La rivalidad entre las cofradías ha estado siempre presente, pero a la par de continuas colaboraciones, aspectos que han ayudado a evolucionar

Otro importante elemento han sido las dificultades económicas. Hoy nos hemos acostumbrado a que los miércoles de ceniza se anuncie la salida de las procesiones y el ayuntamiento entregue su cheque asegurándolas. No siempre fue así. A lo largo de los siglos XVIII y XIX los californios y los marrajos luchaban sobre manera para conseguir el dinero que les permitiera sacar las procesiones, y por ser los primeros en anunciarlo a través del famoso ‘música y a la calle’, un himno para los cartageneros. A partir de cada mes de enero el silencio hacía subir la tensión, la prensa daba ánimos a ambas cofradías, y las retaba a ser dignas sucesoras de sus antepasados, y a recaudar recursos de múltiples formas, ante la reticencia de los comerciantes que no querían dar más dinero. Esa incertidumbre acabó en gran medida con la llegada de las agrupaciones, a partir de 1926, que costearon la salida de cada uno de sus tercios y tronos, y consiguieron aportaciones voluntarias a través, por ejemplo, de recibos supletorios del agua o la participación en sorteos de loterías y rifas. De esa forma se transformó definitivamente la Semana Santa.

Desastres históricos

Las procesiones se han visto afectadas por desastres naturales, incendios, o epidemias de peste, como la de 1648, que mató a muchos marrajos, obligándolos a suspenderlas hasta 1663.

Otro de los acontecimientos que más problemas y oportunidades creativas y renovadoras han concedido a nuestra Semana Santa son las guerras, obligándola varias veces a empezar de la nada, en ocasiones incluso para bien. Las del siglo XVII con los ingleses, los portugueses, los holandeses o los catalanes, la de secesión en el siglo XVIII, y la de Independencia, entre 1808 y 1814, pararon la salida de las procesiones durante varios años, y provocaron la desaparición de lujosos sudarios y alhajas, y el uso de las túnicas de los capirotes y nazarenos como fundas de cartucho. La revolución cantonal motivó, en la reaparición de las procesiones en 1879, una profunda transformación que la prensa conoció como la metamorfosis ‘marrajocalifórnica’, gracias a la riqueza obtenida por muchas familias en la Sierra Minera, con la aparición de los tronos cartageneros de ocho cartelas y exuberancia de flor, diseñados por el arquitecto Carlos Mancha, que todavía hoy son santo y seña de nuestra Semana Santa.

Y la guerra civil, además de paralizarlas de nuevo, conllevó el expolio de archivos, vestuarios, bordados y estandartes, y la destrucción de gran parte de las imágenes que se procesionaban, incluyendo doce ‘salzillos’, «achacándoles culpas ajenas», como dijo Carmen Conde; reduciendo notablemente el legado que ha llegado hasta nuestros días.

Oración del Huerto en el Viernes de Dolores con túnicas de cola propias del siglo XVIII.

Oración del Huerto en el Viernes de Dolores con túnicas de cola propias del siglo XVIII. / Karma21

Me atrevo a decir que la emulación y la colaboración entre las cofradías y las agrupaciones son dos de los elementos que más han hecho evolucionar la Semana Santa. La creación de la Cofradía del Prendimiento en 1747 estimuló a la del Nazareno, suscitando un duende competitivo entre los ‘calis’ y los ‘marras’ que durante más de dos siglos dividió a la prensa y a las familias, y provocó sonoras fugas de un bando a otro. En esos tiempos hubo una obsesión por demostrar que una cofradía lo hacía mejor que ‘la de enfrente’, llegando a tomar decisiones difícilmente entendibles hoy en día. En 1904, por ejemplo, los marrajos, ante la imposibilidad de salir de los californios por razones económicas, decidieron sacar la procesión de ‘la calle de la amargura’ el Miércoles Santo, 30 de marzo, con el único fin de representar el lavatorio, y apropiarse del día californio y de la figura de Poncio Pilato, la más representativa en aquel momento. Y en 1909, los californios, que no habían podido sacar la del Miércoles Santo por la lluvia, decidieron, ante la imposibilidad de los marrajos de organizar la del Santo Entierro por razones económicas, procesionar el sábado 10 de abril los tronos de la Dolorosa, San Juan, la Verónica, y el de un Jesús Nazareno vestido por vez primera con túnica roja, sacrilegio que le costó el puesto al hermano mayor marrajo.

A pesar de esos piques, muy cartageneros por otra parte, la colaboración entre ambas cofradías también ha sido constante, como cuando en 1932, ante la prohibición de los piquetes por el gobierno republicano, llegaron a un acuerdo por el que los granaderos marrajos dieron escolta a la Virgen del Primer Dolor y los californios a la de la Soledad. También han hecho actos conjuntos para recaudar fondos, como festivales en el Teatro Circo, bailes de carnaval en el Teatro Principal, campañas radiofónicas, festejos taurinos, partidos de fútbol entre ambas, o concursos de cante jondo para aficionados y profesionales, como el organizado el 28 de agosto de 1930 en la zona vallada de Alfonso XIII.

El característico orden orden en el desfile surgió surgió a partir de 1914 al aplicarse la energía eléctrica en los tronos y los hachotes de los penitentes, con lo que ya es más que centenario

Aunque esa rivalidad no ha desaparecido, hoy en día se ha transformado, en parte por la aparición de otras cofradías, en emulación entre agrupaciones, pero también en hermanamientos entre ellas, porque, aunque siempre se prefiere que ‘le llueva a otros’, es verdad que una rivalidad con respeto mutuo, reconocimiento y crecimiento personal es fuente de progreso, engrandecimiento y consolidación de nuestra Semana Santa.

Esta historia de errores y aciertos, sacrificios y alegrías, devociones y penitencias, nos revela que hoy custodiamos el mayor tesoro que una ciudad puede ofrecer: su ‘ancestral alma devocional’, motivo de orgullo, y de una admiración que trasciende fronteras. Nosotros somos los únicos responsables de custodiar el patrimonio material, inmaterial y humano de nuestra Semana Santa; de cuidarla; y de legarla intacta a las generaciones por venir. Os invito a todos a seguir ese camino, sin perturbar la belleza de nuestra noble, sagrada y colectiva misión, por asuntos banales y rencillas sin sentido.

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