De blanco y rojo cereza

Este año, montaña. Echará de menos el mar. Por el contrario, no añorará ni un segundo la ciudad. Le gustaba sumergirse lejos durante las dos semanas en las que Murcia celebraba la primavera, bien con capirote, bien con zaragüelles, bien disfrazado de dios del Olimpo.

Tocaba ruta por el interior exterior. El interior interior ya lo tenía bastante transitado y no había encontrado más que miedos, salpicado de buenos recuerdos, sensaciones y anhelos de felicidad.

Su color estas vacaciones, sin embargo, será el rojo cereza. El Valle del Jerte le envolverá en su inmensidad. Más de un millón de cerezos en flor le darán la bienvenida a cada paso.

De buena mañana, divisará desde la ventana el camino que le llevará a la cumbre de los sentidos. También al sabor. Serán muchos los cultivos que adviertan que están tratados con productos fitosanitarios, pero será inevitable que en el ascenso o en el descenso desde el hito caiga en la tentación de alargar la mano y, tras el pecado, llevárselo a la boca. Así empezó todo y, por no respetar el árbol prohibido, la condena es el trabajo, una cadena que aún hoy llevamos, pues tras el merecido descanso vendrá la inmerecida diana, el hueso de nuestra existencia.

Por el momento, botas, mochila con agua, gorra y uniforme de senderista. Junto al resto, una serpiente multicolor -no como la de Adán y Eva- por la, en estas fechas, blanca Extremadura. Con el mejor aroma y sonido que confirman que, al menos al escribir estas líneas, en este 2025 también hay motivos para celebrar.

Ni notará el madrugón, ni el desnivel, ni la orografía en un paisaje en el que se combinan los canchales, los riscos o la bella Garganta del Infierno. Tanto desconecta que amaga con bañarse en alguna de sus pozas cristalinas. Saldría nuevo. Resucitaría.

Días de manto albo y de la primera cosecha. Muy cerca del cielo.

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