Opinión | Retratos

Juan Ballester

'Juan Ignacio de la Fuente Vedasco, de verdades y respetos' por Juan Ballester

"Ni que decir tiene que ninguno de los dos hemos aflojado en nuestros posicionamientos y juicios sobre el arte, aunque los dos hemos sabido trascenderlos"

Juan Ignacio de la Fuente Vedasco.

Juan Ignacio de la Fuente Vedasco.

No suelo hablar en actos públicos, en parte por padecer de miedo escénico, pero, sobre todo, por no estar muy seguro normalmente de muchísimas cosas. En cambio, cuando lo estoy, cuando el tema de que se habla es un tema que uno siente llevar muy trillado y estar muy convencido, entonces, ni miedos escénicos, ni educada contención, ni displicentes silencios que valgan; literalmente me tiro por el balcón, aunque después no haya nadie sujetando la manta para salvarme. Me sucede, por ejemplo, cuando oigo calificar la fotografía como arte o cuando cualquier persona habla de los valores o significados del arte únicamente con base en el tema de la obra, es decir, a eso que ahora llaman ‘relato’ y que tanta artificiosidad e impostura justifica.

Pues bien, acababa de intervenir intentando rebatir los planteamientos generales que Miguel Ángel Hernández había desarrollado en su charla para explicar una supuesta actitud de disgusto general hacia el arte contemporáneo, cuando una persona sentada un poco más a mi derecha pedía inmediatamente después la palabra para, de alguna manera, rebatirme y contextualizarme, es decir, para alabar los planteamientos del conferenciante y, de paso, pensé entonces, para que mi crítica quedara diluida es esa especie de limbo que representan la multiplicidad y variabilidad de las opiniones. Normal todo: ¿a qué iluso se le ocurre creer que alguien va a poder discernir en directo de la misma columna vertebral que sostiene toda una línea de pensamiento dominante?

Pero, qué casualidad, este desconocido interviniente mostraba un aspecto ‘contemporáneo’: vestimenta casual, combinada con una de esas iconografías versátiles que tanto gustan de conjugar los tiempos, mezclando unos abalorios modernos con el romanticismo de su bigote y perilla; algo así como dando a entender que un eclecticismo en las ideas debe estar acompañado también por un eclecticismo estético en la apariencia.

A los pocos días escribí para las redes una «carta abierta a Miguel Ángel Hernández» en la que, más sosegadamente, intentaba profundizar en aquella mi atropellada intervención. Pues de nuevo apareció entre los comentarios uno de esta misma persona, solo que ahora ya supe que se llama Juan Ignacio de la Fuente Vedasco (Iñaki). Un tiempo después nos encontramos cara a cara en las cercanías del Almudí: saludos amistosos, palabras amables, intercambio de teléfonos y más tarde cita de él para retratos, cita mía posterior para charla en Artes y Oficios… Y todo parece apuntar a una creciente amistad.

Ni que decir tiene que ninguno de los dos hemos aflojado en nuestros posicionamientos y juicios sobre el arte, aunque los dos hemos sabido trascenderlos para encontrar en el otro esa parte de la verdad que a cada cual ilumina.

¿Qué más da una simple idea, por muy equivocada que pueda estar o acertada que pueda ser, frente a la realidad de un respeto compartido?

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