Opinión | Levedades
El valor de las vísceras
Me da la impresión de que los periódicos utilizan cada vez menos el ‘despiece’, ese texto complementario y breve que aportaba a la noticia alguna información lateral, cuando no el punto de vista de una persona experta o meramente curiosa. El despiece huía de las formalidades propias de la ortodoxia periodística, rompía, como si dijéramos, el corsé para alegrarnos la lectura. Solía ser breve y venía destacado en un recuadro, aportando también dinamismo formal a la página. Con frecuencia, yo leía el despiece antes que la información en sí. Tengo el hábito de mirar hacia donde no se debe porque ahí, donde no se debe mirar, me parece que se encuentra el significado de las cosas, cuando lo hay, claro. Y bien, no digo que el despiece haya desaparecido del todo, pero me parece que se encuentra en vías de extinción, quizá porque era caro.
Se me ocurre esto en la cola de la carnicería, mientras observo fascinado cómo despiezan un ave de corral. Suele decirse que los carniceros se llevan a casa piezas que el cliente menosprecia, aunque son con frecuencia las mejores. Así pasó entre nosotros, y durante mucho tiempo, con la entraña, que es un corte proveniente del diafragma de la vaca, específicamente de la parte interna de la caja torácica. Se trata de una pieza alargada y fibrosa que bien hecha, a la plancha, es un manjar. Pues bien, tuvieron que venir los argentinos a resaltar sus cualidades para que reparáramos en ella. Hubo un tiempo en el que las carrilleras no gozaban del prestigio actual, ni las mollejas, ni el tuétano, ni las orejas ni el morro, ni los pulmones y otras vísceras, que han dado el salto del cubo de los restos orgánicos a la alta cocina.
La vida está llena también de despieces cuyo valor fluctúa en función de las épocas. Ahora, por ejemplo, los educadores hablan del aburrimiento como uno de los instantes más creativos para el ser humano. En mi época, era un despiece del tiempo que carecía de la estima de los padres, aunque tampoco hacían mucho por evitarlo. Yo le debo al aburrimiento la práctica alocada de la imaginación. Sin ese despiece fabuloso conocido también como el ‘tiempo muerto’ habría fallecido, paradójicamente, de tedio. El despiece, en la prensa diaria, jugaba un poco ese papel de «tiempo muerto» en el que saltaba la liebre, es decir, el dato o el punto de vista realmente importante sobre la noticia principal.
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