Opinión | Café con moka

Periodista

Una tumba para pasar la primavera

Aunque parezca descabellado, los cementerios pueden ser en muchas ocasiones lugares de disfrute y gran goce estético o sensorial

Cementerio del Père-Lachaise, en París.

Cementerio del Père-Lachaise, en París. / Europa Press/Stock

Muchos habrán reconocido, tras el inquietante título de este artículo, los versos de un jovencísimo Juan Ramón Jiménez en su Diario de un poeta recién casado, de 1916. Ciertamente, al poeta español Nueva York lo desbordó tanto que necesitaba la tranquilidad de los cementerios para calmarse y encontrar la paz. ¿Lo han hecho alguna vez…? ¿Han paseado por un cementerio sin otra finalidad que el disfrute? Aunque parezca descabellado, esas pequeñas «necrópolis» pueden ser en muchas ocasiones lugares de disfrute y gran goce estético o sensorial.

La muerte y todo su entorno, en general, es algo que molesta e incomoda a nuestra sociedad actual. No siempre ha sido así. Es memorable cuando en el mítico Macondo, García Márquez evoca el primer difunto de la fundación y nace ahí la necesidad de un lugar donde enterrarlo, la inquietud e importancia de elegir el lugar.

Cementerios hay muchos, casi tantos como clases de personas y culturas. Pero me voy a atrever a recomendarles algunos en los que he estado y que me han dejado huella. Aquí, en nuestra Región de Murcia, me gusta especialmente el de Jumilla. Con un planteamiento de cementerio-jardín escalonado, con vistas al castillo de la localidad. Proyectado a finales del siglo XIX, guarda en su esencia algo de un romanticismo tardío, popular y burgués. 

En Comillas-Cantabria- el cementerio está dentro de las ruinas de un antiguo templo gótico, entre sus bóvedas caídas, y se oye la música del vecino mar, que golpea. 

En el norte del país, especialmente en Asturias y Galicia, son muy numerosos los pequeños camposantos. Es allí donde siguen siendo contiguos a iglesias y monasterios como antaño por estos lares. Descubrirlos y recorrerlos me ha supuesto siempre una mezcla de sorpresa y respeto.

Pero, por encima de todos estos lugares mencionados, hay que escribir con mayúsculas el parisino cementerio del Père-Lachaise: el eclecticismo de su arquitectura, sus vetustos árboles y su considerable extensión hacen de este enclave uno de mis imprescindibles en la capital del Sena. En la maravillosa Ferrara, Italia, también me marcó la visita al cementerio judío. Llegué a éste casi por casualidad, en bicicleta, y salí con el corazón abrumado.

Son frecuentes en los últimos años las visitas turísticas a los cementerios. Incluso en Murcia hay visitas al cementerio de Jesús, entre otros. Existen, así mismo, guías por cementerios monumentales de toda Europa. No se asusten, no hay nada que temer y mucho por descubrir. Vida y muerte se dan la mano en estos lugares inspiradores. Escuchen a nuestro Nobel Juan Ramón Jiménez y déjense seducir por la magia de estos lugares de los que nos precedieron en el tiempo.

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