Opinión | Entre letras
Javier Díez de Revenga
La realidad de lo fabuloso
Diego Martínez Torrón ha publicado ‘Inés y los duendes’, una novela singular y de género narrativo con escasos precedentes

Diego Martínez Torrón
La trayectoria literaria de Diego Martínez Torrón (Córdoba, 1950) es tan intensa como variada. Su obra escrita parte justamente de sus indagaciones sobre la creación literaria de muchos escritores que han tenido la fortuna de ser analizados, editados y estudiados por él. Interesa reflexionar sobre las consideraciones precedentes para entender el significado del último libro de Martínez Torrón, publicado en Córdoba por Almuzara, el relato Inés y los duendes, en realidad una novela singular y muy especial como género narrativo y con escasos precedentes en la historia literaria, sobre todo en la historia literaria hispánica. Porque la incursión de Martínez Torrón en el género narrativo fantástico y fabuloso, infantil o juvenil, supera en su obra otros límites antes traspasados por su pluma. Aunque asegura el autor que este libro no es para niños ni para mayores, más bien acaso para mayores que son niños y para niños que son mayores. Pero es una colección de historias, que padres o madres podrían contar a sus hijos, y, como sugiere el autor, un cubo de Rubik que juega con espacios, personajes y tiempos una especie de delirio onírico que ofrecerá al lector la fuerza de la fantasía.
Porque Inés y los duendes es una novela, pero una novela que traspasa impecablemente las fronteras de lo narrativo y de lo lírico para integrarse en los espacios de lo fantástico, de lo fabuloso. Imaginaria y poblada de personajes peregrinos, está protagonizada por una serie de criaturas literarias que van a revelar su experiencia ante el lector absorto, en tiempos recios, que diría nuestro premio Nobel Mario Vargas Llossa, tiempos de sufrimiento y de pandemia, tiempos de angustia y de terror. Porque lo que consigue Martínez Torrón con su mundo imaginario es descubrir una realidad palpitante que subyace a lo largo de todo el relato. De lo fantástico y lo fabuloso a lo realista descarnado y desnudo hay solo un paso, y la gran imaginación de nuestro narrador lo traspasa de un lugar a otro sin apenas dificultades.
Se enfrentan, en esta singular novela, dos mundos de una forma nítida: el mundo de lo fantástico y la realidad circundante, que es la que trae consigo la inmensa tragedia que se va presintiendo a lo largo del relato. Porque las dimensiones de los conflictos alcanzan la magnitud de lo trágico, en el sentido más clásico del término, como lucha permanente y como finalmente victoria indiscutible del sentido común y de la razón.
Pero no hay que olvidar que estamos ante un relato imaginario, lleno de fantasía, aunque se vaya intuyendo a lo largo de sus páginas una clara censura de la sociedad contemporánea, de nuestro mundo diario avistado desde la atalaya de la fértil y activa senectud. El mundo analizado con sinceridad y con perspicacia, fundamentada esta discordia en la sana experiencia de una vida dilatada y plena de vivencias enriquecedoras. Nos hallamos en el mundo de los duendes, partiendo de la inocencia infantil y la pureza de pensamiento y actitud de los primeros años de la vida. El lector penetrará en este mundo fantástico, en el que también los sueños comparecerán para combatir la enfermedad del miedo. Duendes, hadas, brujas infantiles, sombras, voces y la noche con sus presagios y con sus siempre amenazadoras sombras.
Sin duda uno de los aspectos más atractivos de este intenso relato es desde luego la variedad y multiplicidad episódica. No procede resumir qué está ocurriendo en cada una de las nueve partes en que la novela se organiza, ni tampoco procede reseñar qué sucede en cada una de esas partes que se organizan en capítulos sucesivos. Veintiséis en total serán las historias relatadas en esos sucesivos y agavillados segmentos construidos sólidamente y forjados en un conjunto indestructible, presidido por la coherencia general y por la cohesión argumental. Historias, sendas perdidas, la música, la gran música de la vida, los libros, la pintura y los pintores, encuentros que enriquecen el complejo mundo novelesco de este universo tan personal de Martínez Torrón.
Y así hasta el final. Todo ha sido el ‘Viaje a Ninguna Parte’, avisa el narrador para mostrar que la Historia ha estado condicionada por el Tiempo, por el vértigo del Tiempo, y, a través de ese trascurso, se ha ido trascendiendo de un capítulo a otro. Dice el autor, para concluir su relato, que el vértigo del tiempo es la pérdida de la noción del Tiempo y de la propia Vida. Y son pocas o ninguna las soluciones posibles. Aunque se aluda a la Armónica Conformidad. Porque la novela concluirá, como no podía ser de otro modo, con el presentimiento de la Muerte.
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