Opinión | Noticias del antropoceno
El coche será eléctrico o no será
Tras un comienzo prometedor, principalmente de la mano de Tesla, el coche eléctrico vive en Norteamérica y Europa un momento complicado. No así en China, donde bajo el impulso del todopoderoso Estado y la ausencia de grandes marcas nacionales se ha favorecido una rápida y continuada expansión de este tipo de motorización. Primero fueron las limitaciones de los eléctricos, con rangos de autonomía muy limitado y la escasez y mal funcionamiento de los cargadores. Fue el dilema del huevo y la gallina. No había más cargadores porque no había más eléctricos y estos no se vendían ante la escasa red de cargadores. Las redes sociales se llenaron de historias de horror por la publicidad engañosa de los fabricantes. Las baterías de sus vehículos, sobre todo en condiciones atmosféricas adversas, no cumplían ni de lejos sus promesas de autonomía.
A estos temores de los compradores se sumaron los intereses creados por los fabricantes tradicionales, que no veían claro financiar la costosa transición al eléctrico y lo expuestos que se quedarían frente a los fabricantes nativos. La conclusión es que los crecimientos de cuota de mercado de vehículos puramente eléctricos son magros. Los compradores los quieren como segundo vehículo, con exigencias de autonomías menores. Para viajar se apuntan al híbrido o, si pueden económicamente, al híbrido enchufable, que promete lo mejor de ambos mundos.
La realidad es que la Unión Europea ha tenido que rectificar su horizonte para la desaparición de los coches de combustión y atrasarlo tres años. Y no solamente por las presiones de los fabricantes en un momento económico especialmente delicado, sino por la certeza de que imponer los coches eléctricos a los europeos es lo mismo que entregar el mayor sector industrial del continente a los chinos y a Elon Musk, el mayor espantajo europeo.
Dicho esto, el futuro no admite mucha discusión: el coche será eléctrico o no será. Y eso por una sencilla razón: la tecnología del eléctrico es mucho más simple, y el argumento de la navaja de Occam se impondrá de forma implacable. El coche de combustión es una maravilla tecnológica, en la que los ingenieros alemanes han brillado a gran altura. Pero es una solución complejísima forzada por una fuente de energía (los combustibles fósiles) que tiene sus días contados. Por lo demás, usar el complejo motor de combustión para impulsar coches o motos es simplemente matar hormigas a cañonazos.
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