Opinión | Dulce jueves
Contra la melancolía
No es una ilusión lo que debemos recobrar, sino el tiempo en el que lo imaginamos

‘El tiempo perdido’, de Clara Ramas. / L. O.
No sé si soy un conservador o un reaccionario, un derechista posmoderno o un rojipardo, o un izquierdista antiwoke, un melancólico o solo un resentido. Así es como define Clara Ramas, en su apasionante libro El tiempo perdido, a los habitantes de esta era crepuscular que, peleados con el presente, anhelan un pasado donde las cosas iban mejor. Ramas explica esta tendencia hacia la melancolía reaccionaria por el estado de desamparo al que nos ha abocado un capitalismo triunfante, pero decadente, que solo ofrece un futuro de angustia y temor. Tiempos acelerados que, sin espacio para la reflexión, convierten la vida en una carga que nos quema y a la persona en una mercancía. El capitalismo contemporáneo ha colonizado el tiempo y la experiencia humana, reduciendo la vida a una dinámica de acumulación sin sentido, vaciando la existencia y bloqueando la posibilidad de un futuro diferente.
Vivimos entre el pánico, la angustia y la ansiedad, con la difusa sensación de haber perdido algo que, en el pasado, servía para dar sentido a la vida. Y ahora no hay nada. No sabemos dónde estamos ni adónde podemos ir. En política solo somos capaces de imaginar catástrofes. Ante esta situación surge la tentación de mirar atrás, hacia una época en la que sí había tradiciones, convicciones, sentido, certezas, valores, fe en el progreso, incluso la posibilidad de la utopía. El problema, advierte Clara Ramas, es que esa época dorada es pura ilusión, nunca existió, y defenderla solo puede llevar a la reacción, la desafección y el resentimiento. Puede que no nos guste el mundo, pero la alternativa no es el ‘revival’ de un pasado inventado. Sin embargo, su libro también es una advertencia contra la tentación del retiro, el abandono de la lucha y los ideales, la renuncia a seguir imaginando el futuro. Porque la melancolía es una forma de impotencia. Se aferra al objeto perdido sin fuerza para imaginar lo nuevo. Solo quiere que todo vuelva a ser como antes.
¿Qué salida nos queda entonces? Lo que tenemos siempre, no porque lo poseamos, sino porque nos define: la imaginación. La capacidad de ver las cosas con mirada nueva, de percibir e impulsar lo que siempre es posible, aunque todavía no exista. Pensar la vida como un tiempo continuo en el que nada empieza ni acaba, sino que todo está permanentemente en disposición de transformarse. El pasado no es una época a la que tengamos que volver, sino una época que no ha terminado de suceder. No había certezas entonces, como no las hay ahora, pero sí anhelos. Triunfos y derrotas. Avances y retrocesos. Estoy de acuerdo con Ramas en que la melancolía en política es estéril y cerrada. Aunque creo también que seguimos necesitando recuperar cosas que hemos perdido, porque la lucha es la misma y es infinita. Lo más importante, el sentido del tiempo y el valor de la palabra. «Nuestra existencia como seres humanos consiste en estar siempre perdidos, estar siempre en camino, siempre en cierta falta, un cierto vacío...», escribe Ramas. Nunca tuvimos lo que ahora creemos perdido, pero tampoco podemos dejar de anhelarlo si queremos seguir siendo humanos. Nunca existió una vida más plena, un mundo más justo. No es una ilusión lo que debemos recobrar, sino el tiempo en el que lo imaginamos. Podemos, como dice Clara Ramas, amarlo y narrarlo.
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