Opinión | Allegro Agitato
Maria Callas
A su voz se le han encontrado defectos, pero, como los grandes violines cremoneses, era siempre identificable, y su imperfección le permitía alcanzar las máximas cotas de expresión

Maria Callas caracterizada como Violeta (La Traviata), 1958. / Houston Roggers
El fin de semana pasado asistí a una proyección de la película que el director chileno Pablo Larraín ha realizado sobre la grandísima Maria Callas, a la que da vida la actriz Angelina Jolie. Desde la perspectiva de los últimos días de la cantante, nos ofrece pinceladas que permiten comprender su vida, una vida marcada, en mi opinión, por la pérdida.
Comenzando por la de su madre, no porque falleciera pronto, sino porque rara vez ejerció como tal. Maria Callas nació en Nueva York en 1923, en una familia recién llegada de Grecia. Allí, su padre simplificó el apellido Kalageropulos a Callas. Su madre, Litsa, convencida de que tendría un niño, sufrió una decepción enorme y se negó a mirar al bebé durante días. Tras separarse de su marido regresó en 1937 a Atenas con sus hijas. Litsa adoptó un elevado estilo de vida que sus hijas tenían que sostener, creyéndose que pudo obligarlas a prostituirse durante la ocupación alemana. Descalificaba a Maria por su sobrepeso, la presionaba con las clases y la apreciaba sólo por su voz. La última vez que estuvieron juntas fue en México, en 1950.
Maria Callas sufrió la pérdida del amor. Se ha dicho que hubo muchos hombres en la vida de la Callas, aunque sólo se casó, en 1949, con el empresario italiano Giovanni Battista Meneghini. 27 años mayor que ella, tomó el control de su carrera hasta que el matrimonio se disolvió en 1959. Dos años antes, Maria había conocido al multimillonario griego Aristóteles Onassis y el ‘affaire’ copó la atención de los medios. Callas abandonó su carrera casi por completo. Hubo rumores sobre un hijo fallecido y sobre un aborto. Para facilitar el divorcio, renunció en 1966 a la nacionalidad americana. Sin embargo, todo terminó en 1968, cuando Onassis se casó con Jacqueline, la viuda de John F. Kennedy. Volvieron a encontrarse, hasta la muerte del armador, cuando el plan de Jackie para enriquecerse con Onassis se puso en marcha y el matrimonio comenzó naufragar.
Callas también perdió la voz. Desde niña había mostrado unas dotes extraordinarias que moldeó en Atenas la soprano española Elvira de Hidalgo, quien la transformó y creó un instrumento vocal casi perfecto, con una amplísima tesitura que le permitió abordar todo tipo de papeles, desde óperas de Wagner hasta los roles más ligeros y virtuosos del repertorio belcantista. A su voz se le han encontrado defectos, pero, como los grandes violines cremoneses, era siempre identificable, y su imperfección le permitía alcanzar las máximas cotas de expresión. La Callas no era sólo una cantante, sino una artista. Adelgazó más de 30 kilos entre 1953 y 1954, lo que le dio la presencia escénica más impresionante de su época y, posiblemente, de la historia, que aprovecharon Visconti o Zeffirelli. El esplendor vocal duró poco, apenas diez años, porque aparecieron sus primeros problemas. En 1965 realizó su última representación de ópera, con solo 41 años, y su última actuación en público tuvo lugar en 1973, tras años retirada, en una gira junto al tenor Giuseppe Di Stefano, donde se aplaudía más al mito que a la cantante. Entre medias, su única aparición cinematográfica, protagonizando Medea de Pier Paolo Pasolini. Se ha especulado con los motivos de la pérdida de voz, como el desgaste provocado por los cambios de repertorio, casi imposibles para una garganta normal, o que padeciera dermatomiositis, una enfermedad autoinmune que provoca una debilidad generalizada. Los efectos secundarios del tratamiento podrían haber sido determinantes en su fallecimiento.
Solo sus sirvientes veían en Maria Callas a la persona, además enferma, y no al mito, a pesar del (mal)trato que les profesaba
Maria Callas perdió también la felicidad, si es que alguna vez disfrutó de ella. Durante sus últimos días dependía totalmente de los fármacos. Mandrax, un sedante, se personifica en el personaje que entrevista a la diva, como si dispusiera de acceso exclusivo a su interior. Sólo sus sirvientes, su mayordomo Ferruccio y su camarera Bruna mantuvieron inalterable su fidelidad hasta el final y fueron los únicos que veían en ella a la persona, además enferma, y no al mito, a pesar del (mal)trato que Callas les profesaba.
Falta todavía la pérdida de la vida, que conocemos desde la primera escena, con el cuerpo que no vemos de la Callas tendido en el suelo, y que la policía y otras personas contemplan. «Estaba bella incluso muerta», comentó su antiguo representante Michel Goltz. Maria Callas falleció el 16 de septiembre de 1977 a la temprana edad de 53 años de un fallo cardiaco, aunque se especuló con que pudo quitarse la vida. Sin embargo, no se realizó autopsia que lo confirmara o desmintiera.
Todavía quedaba la pérdida de sus restos, que no se nos narra. Maria Callas fue incinerada y sus cenizas depositadas en el cementerio de Père Lachaise. Año y medio después, su exmarido comunicó a la prensa que las cenizas habían desaparecido. Las autoridades francesas tuvieron que informar de que, a petición de la familia, habían sido depositadas en un banco hasta su traslado a Grecia. Tras llegar la urna en avión a Atenas, un torpedero de la armada la transportó para que sus cenizas fueran esparcidas frente a Vuliagmeni, en el Mar Egeo.
Como en otros casos, murió la persona y surgió el mito, que podemos revivir y que nos hace vibrar gracias a sus grabaciones. Aunque, realmente, como en otros casos, no, porque nunca hubo nadie comparable a Maria Callas.
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