Opinión | Tribuna libre

Botellón en El Prado

La apertura del museo en horario nocturno, con sesiones de DJ’s y alcohol, implican una banalización del arte que le hace un flaco favor a la percepción que se tiene de este lugar como un centro de cultura

Simulación con ‘El triunfo de Baco’ (1629), de Velázquez, obra conservada en el Museo del Prado.

Simulación con ‘El triunfo de Baco’ (1629), de Velázquez, obra conservada en el Museo del Prado. / L. O.

Lo sucedido en el Museo del Prado recientemente, más allá del fugaz escándalo provocado en redes sociales, bien merece una reflexión sobre el uso que se está haciendo de los espacios museísticos donde parece que se está instaurando un peligroso ‘todo vale’. Bajo el lema ‘El Prado de noche’, el pasado 1 de febrero comenzaba su ciclo de aperturas gratuitas nocturnas, con aforo limitado, el primer sábado de cada mes, una iniciativa muy bien recibida por el público cuya finalidad es la de posibilitar un acercamiento del museo a todo el mundo. La idea de visitar este templo de arte por la noche resulta de lo más apetecible, la rutina diaria de obligaciones que cada cual tenemos a veces complica poder disfrutar de la cultura y ofrecer la posibilidad de hacerlo fuera de su horario habitual es un auténtico regalo.

Hasta ahí, todo resulta de lo más acertado, el problema llega cuando además deciden amenizar la velada con sesiones de DJ’s en directo y, lo que es peor, barras para comprar bebida como si aquello fuera el bar de la esquina. Así, la Sala de las Musas más parecía una de aquellas fiestas de verano de cualquier pueblo que el espacio dedicado a custodiar los tesoros de la historia del arte. 

Dicen desde el museo que la integridad de las obras está asegurada, aunque en realidad no creo que esto sea lo único que haya causado un cierto malestar y desasosiego a una parte del público asistente, así como a los amantes del arte de este país, entre los que me incluyo. Ver a todas esas personas bailando y bebiendo entre obras maestras de Rubens y esculturas griegas del siglo II ha sido, de algún modo, como atentar contra la sensibilidad de todos los que pensamos que este museo es lo más preciado que tenemos en nuestro país. ¿Esto es realmente necesario? Por supuesto que se debe acercar el arte a todo el público, la iniciativa de abrir de manera gratuita en un horario no habitual –de 20.30 a 23.30 horas– es sin duda magnífica, cuantas facilidades sean necesarias para que el ciudadano pueda acceder a este excelso templo de cultura. Pero está totalmente fuera de contexto permitir que aquello se convierta en una fiesta de fin de semana para bailar y beber al son de las propuestas musicales de un DJ. Ese no es el lugar, y así lo entendieron muchos de los asistentes que contemplaban horrorizados cómo lo que iba a ser una experiencia cultural única era convertida en una burda fiesta de bar. Muchos huyeron lo más lejos de allí hacia las salas donde la música ya no era perceptible, otros se marcharon sin más y una buena parte se sumó al sarao.

Aunque eventos de este tipo puedan parecer una forma innovadora de acercar el arte a un público más amplio, su celebración en espacios tan emblemáticos y dedicados a la preservación del patrimonio cultural, como es El Prado, plantea cuestiones vitales. Si bien la innovación y la modernización son necesarias, los museos deben ser conscientes de que su función primordial es el resguardo del patrimonio, y, aunque me consta que había gran seguridad, todos sabemos que hace falta tan sólo un segundo para que una desgracia pueda pasar; el improvisado lanzamiento de un botellín de cerveza contra cualquiera de las esculturas, por ejemplo, no es algo que se pueda controlar, pero sí lamentar.

La coherencia debería permanecer siempre en primer plano al tratar este tipo de cuestiones, sin olvidar que es responsabilidad primordial de cualquier museo reflexionar sobre cómo este tipo de actividades afectan al respeto hacia las obras: no se trata de rechazar la realización de según qué tipo de actividades, sino más bien de asegurar que dichos eventos se alineen con los principios de respeto y valoración del patrimonio cultural. Baile y alcohol implican una banalización del arte por parte del público, de manera que se pierde la percepción de este lugar como centro de cultura.

«Una noche de sábado bailando en el Museo del Prado», anunciaban desde Radio 3, encargados de amenizar el evento, como si la visita en sí a este magnífico museo no fuera motivo más que suficiente para atraer al público. Un desacierto en total discordancia con lo que este museo representa y alberga. Es importante mantener el equilibrio entre innovación y esencia, sin perder el respeto hacia la solemnidad de estos espacios.

Algo parecido también lo sufrimos en Murcia con el anterior equipo de gobierno del Ayuntamiento, que permitió una fiesta rave como excusa de la inauguración de una exposición en el Centro de Arte Cárcel Vieja: los asistentes estaban más preocupados por pillarse una cerveza a un euro que por la cultura-arte-exposición en sí, todo ello con el beneplácito de la responsable de Artes Plásticas, que pululaba extremadamente ‘contentilla’ en aquel sarao tan moderno donde el alcohol no era lo único que corría con suma alegría. No hubo consecuencias ni explicaciones, simplemente dejaron pasar el tiempo y aquello se fue olvidando.

Recuerdo que en el Museo del Prado en los años noventa hubo un suceso, considerado en aquel momento inaceptable, que costó su puesto al que fuera su director, Francisco Calvo Serraller. El agravio en cuestión fue la publicación, en una conocida revista de decoración, de un reportaje de unas sillas de diseño fotografiadas en la sala de Las meninas; revista a la que había estado vinculada su mujer. La ministra de Cultura, en ese momento, Carmen Alborch, no dudó en desvincularse de lo ocurrido, advirtiendo que tal acto era exclusivamente responsabilidad del director del centro y dejando claro que el Ministerio no estaba de acuerdo con tal hecho, prometiendo crear una regulación sobre el uso y los precios por la utilización de los espacios de los museos. 

Cómo han cambiado los tiempos, hemos pasado del escándalo de unas sillas a la normalidad de unas cervezas.

Uno de los mayores retos de los museos sigue siendo llenar sus salas, conseguir captar la atención del público y mantener sus cifras de visitantes, es lo que justifica en gran medida su existencia y posibilita que la financiación sea una tarea menos complicada, pero existen límites que nunca se deberían pasar, y no creo que el espacio de arte más importante que existe en nuestro país sea el mejor lugar para acabar como cualquier hijo de Baco, bailando y bebiendo sin más.

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