Opinión | Las trébedes

Serán nuestros traseros

Nuestro uso de la tecnología enriquece segundo a segundo a los ricos dueños de las empresas tecnológicas

Un móvil con la aplicación DeepSeek.

Un móvil con la aplicación DeepSeek. / EFE/Caroline Brehman/Archivo

La reciente aparición en escena de DeepSeek, la inteligencia artificial china alternativa que por lo visto abarataría enormemente el entrenamiento de las IA, produjo días atrás un pequeño terremoto y se han escrito ríos de tinta acerca de si los estadounidenses de OpenAI acertaban o no al escoger solo un modelo de entrenamiento. Solo empeñándose, puede uno no darse por enterado de las advertencias de todos los expertos sobre la mala calidad y los sesgos burdos de los algoritmos que están en uso y que solo son la avanzadilla de lo que se anuncia con la IA. Aunque se empieza mal, se puede acabar bien, pero no es probable cuando lo que se juega es la ventaja o el beneficio (enorme) a corto plazo. Para los legos es difícil entender bien todo esto, entre otras causas porque nos aburre y no leemos lo suficiente al respecto, lo cual no nos impide naturalmente tener opinión, porque lo que sí hemos entendido es que el tema afecta directamente a nuestras vidas, incluso si tomamos la opción radical de reducir al máximo nuestro uso personal de la tecnología. Por ejemplo, la llamada al banco desde un barrio pobre queda en espera más tiempo, pasa a la cola una y otra vez. La base del pensamiento crítico es el acceso a la información y todo está en internet, pero que toda la información esté al alcance del usuario es harina de otro costal. Cuando usamos un buscador en internet, los algoritmos hacen que el resultado ofrezca lo que uno no sabe a quién le interesa que le llegue, de modo que en buena medida acaba interesándonos lo que la web nos da o nos vemos empujados hacia objetivos no conscientemente elegidos y no siempre beneficiosos. Así, en función de búsquedas anteriores, por ejemplo, aparecerán más informaciones sobre el suicidio, como ha ocurrido a adolescentes. Y nuestro uso de la tecnología enriquece segundo a segundo a los ricos dueños de las empresas tecnológicas.

Entre los que defienden que sí se deben y los que defienden que de ningún modo se han de aplicar a la gestión del Estado los mismos principios, técnicas y estrategias que a la gestión de los negocios privados el acuerdo es imposible. Puede que estemos a un paso de tener un experimento ante nosotros al lograr de nuevo Donald Trump la presidencia de los EE UU y acompañarse de esos exitosos hombres de negocios, si bien en ningún caso se podría considerar que sería lo que los filósofos de la ciencia denominan «experimento crucial», el capaz de dirimir la competencia entre dos o más hipótesis. Los hombres más ricos de EE UU lo han apoyado con millones de dólares y a ellos no les gusta tirar su dinero, por lo que más pronto que tarde querrán recibir su libra de carne.

Estos riquísimos magnates de las tecnologías de la comunicación han sido jóvenes brillantes, genios capaces de levantar empresas de las que hoy todos nos beneficiamos. En edad madura han accedido ‘de facto’ al poder político y la cuestión es si serán capaces de gestionar lo público de un modo que no resulte catastrófico para la mayoría de los estadounidenses, para el resto de agentes económicos menos poderosos y más pequeños y para el planeta entero. Es bastante probable que a ellos les suene bien la tesis de uno de los libros que firma Trump: «Piensa a lo grande y patea traseros en los negocios y en la vida» (Think Big and Kick Ass, 2007); los traseros serán los de los habitantes de Estados Unidos y los nuestros. O si el contacto con la cosa pública, que hasta ahora desconocen, quién sabe, podrá hacer alguna mella en ellos y empezarán a tener en cuenta algo más que sus propios intereses. Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Larry Ellison llegan al poder político de la mano de otro hombre de negocios, Donald Trump y, según todo indica, encantados de la vida y de sí mismos, de lo que cabe deducir que van dispuestos a tomar decisiones sin complejos dictadas desde su ego superior y sin corregir su cortedad de miras. No podemos saber si será duradero un gallinero con tantos gallos. El resto del corral estamos expectantes. 

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