Opinión | Cartagena D.F.

Perdidos en el laberinto del parque de Los Canales de Cartagena

Aquí, en nuestra querida Cartagena, estamos demasiado acostumbrados a abandonar nuestras fortalezas y dejar que las expolien hasta la ruina completa

Parque de Tentegorra, Cartagena.

Parque de Tentegorra, Cartagena. / Iván Urquízar

Las cosas suelen ser más sencillas de lo que parecen y, cuando se complican, lo lógico y normal es hacer todo lo posible para que vuelvan a ser sencillas. Los humanos somos tan capaces de simplificarlas como de perdernos en un laberinto de trabas, problemas, complicaciones, olvidos y hasta mentiras, que solo nos perjudican a nosotros mismos y nos conducen a callejones tortuosos o, directamente, sin salida. Menos mal que todos los laberintos suelen tener sus vías de escape, y el del parque de Los Canales no iba a ser menos.

¡Mira que hemos leído informaciones y opiniones sobre este complejo natural histórico de nuestra ciudad en los últimos meses! Ubicado en nuestro pulmón verde por excelencia, el parque es conocido por todos y raro es que no tengamos un recuerdo de nuestra infancia relacionado con sus piscinas o su emblemático tobogán de piedra. Cuando éramos niños y chapoteábamos en la piscina pequeña, ni entendíamos ni queríamos entender de burocracias, competencias o disputas entre administraciones de distinto signo. Ahora, que somos mayores, tampoco.

Hemos oído multitud de veces eso de que cuando el dinero o el patrimonio es público, es de todos, que para algunos es lo mismo que decir que no es de nadie. La misma institución pública (que no las mismas personas) que hace poco más de una década hizo una inversión millonaria para modernizar y revitalizar este espacio nos cuenta ahora que no es legal que se encarguen de su gestión y quieren destruirlo todo.

¿Quiénes nos engañan? ¿Los que abrieron el espacio en 1952? ¿Los que resucitaron un complejo dormido y lo transformaron de tal modo que miles de cartageneros pudieron volver a disfrutar de sus instalaciones? ¿O los que nos venden ahora que igual se ven obligados a demoler piscinas y columpios, incluido nuestro querido y simbólico tobogán, que debería estar hasta protegido?

La respuesta de los cartageneros que vimos cómo se adecuaban y se recuperaban fue masiva. Los niños de ahora lo pasaban en grande en medio de una naturaleza alejada de pantallas, jugando a ser aventureros entre los árboles y lanzándose por los toboganes del mini-complejo acuático que le dio un nuevo impulso a todo el recinto.

Los niños de antes revivimos nuestra infancia viendo jugar a nuestros pequeños en los mismos rincones donde éramos tan felices. Ni antes ni ahora nos planteábamos de quién era el parque, solo hemos disfrutado de la buena gestión de quien simplifica las cosas y dedica su tiempo a lo que interesa a sus paisanos, así como sufrimos el desinterés de quienes prefieren perderse en una burocracia sinsentido que no beneficia a nadie. Al menos no a los habitantes de Cartagena.

Pueden seguir jugando a perderse en el laberinto de los papeles de sus despachos, buscar rutas inexistentes entre la vorágine de correos electrónicos y sellos de instituciones con nombres tan extensos y rimbombantes como ineficaces, o engañarnos con nuevas salidas que, en realidad, siempre han estado ahí, unas veces con las puertas abiertas y otras cerradas a cal y canto.

Hace apenas un año dejaron de cobrarnos los seis euros al mes que pagábamos por ser abonados al parque. Lo que no hicieron fue devolvernos lo aportado durante los últimos diez años en los que decidieron frenar de raíz la transformación de un área que han dejado languidecer hasta intentar convencernos de que no podían hacer más que rematarlo hasta su muerte.

En muchos otros lugares del mundo, el parque Rafael de la Cerda y toda Tentegorra serían una auténtica joya del ocio y el disfrute de la naturaleza al aire libre. Aquí, en nuestra querida Cartagena, estamos demasiado acostumbrados a abandonar nuestras fortalezas y dejar que las expolien hasta la ruina completa, para plantearnos su resurrección cuando ya es enormemente costosa o tal vez ya sea tarde.

Estoy convencido de que hallarán la vía de escape en el laberinto burocrático de Los Canales en el que nos han metido. La duda es si la salida será la que nos conviene a nosotros o la que les conviene a quienes, incomprensiblemente, se empeñan y consiguen que ni nos inmutemos cuando nos mantienen perdidos en sus laberintos.

Tracking Pixel Contents