Opinión | Café con moka
Cuestión de actitud
¡Hay que ver qué importante es la actitud! Tan resabido por todos, tan sencillo y, sin embargo, cuántas veces necesitamos repetírnoslo a nosotros mismo e incluso que alguien más venga a recordárnoslo. Son mensajes tan básicos que, en ocasiones, resulta incomprensible que precisemos de terceros para asimilarlos. La dificultad no está en el sentido o el significado del enunciado, sino en ser capaces de aplicarlo en un día a día que, a veces, nos resulta tedioso, complicado y estresante.
En mi caso, como imagino que nos ocurre a la mayoría, trato de levantarme con la mejor disposición y determinación posible y así acontece durante un alto porcentaje de mañanas, incluso habiendo sufrido una «noche de perros» fruto de una dilatada lactancia materna. Es con el transcurrir del tiempo, y los trastornos o conflictos que nos vamos encontrando, que nuestro gesto se torna más arisco y displicente.
La reticencia de los niños a despertarse, las manchas una vez cambiados y aseados y las inoportunas necesidades escatológicas saliendo ya por la puerta, que se traducen en un insalvable retraso en la entrada al cole, suelen ser los primeros disgustos de la jornada. Y así va cambiando nuestro ‘mood’, temperamento o espíritu. De tal modo que así llego yo algunas mañanas al trabajo, al borde del colapso después de desembarcar a uno y otro en sus respectivos espacios de aprendizaje y recreo.
Sin embargo, cuando logro superar todos los escollos sin alterarme, dando a cada cosa la justa importancia y sabiendo que no se acaba el mundo por llegar justa a clase e incluso fuera de horario, consigo hasta disfrutar del viaje.
No importa que lleve el coche lleno de restos de gusanitos, ni que la radio de mi viejo coche nunca haya sido respuesta desde que la robasen en la puerta de mi casa hace más de cinco años y tampoco es relevante que vaya muerta de sueño porque no he podido disfrutar ni del café frío que, a veces, acostumbro tomar a sorbitos mientras equipo a mis hijos.
Esos días, al pasar de camino al trabajo por una pequeña ermita ubicada junto a un viejo y precioso caserón que se cae a pedazos, pero repleto de vibrantes y coloridas buganvillas y cuando la luz de la mañana está anaranjada casi salmón, me parece estar conduciendo por la mismísima toscana y una sonrisa se dibuja en mi rostro.
Y nada más y solo eso importa.
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