Opinión | Pasado a limpio
El golfo de América
Renombrar un accidente geográfico es el colmo de la megalomanía y el egocentrismo

El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. / EFE/Jim Lo Scalzo
Donald Trump, investido presidente de la primera potencia mundial, se reafirma en su idea de intitular el golfo de México con su propio nombre, perdón, con el de su continente, que los norteamericanos identifican con su país -Hispanoamericana es su patio trasero y Canadá, un Estado anexionable-. En su currículum como presidente, es el primero condenado por delitos graves, exonerado de las penas de prisión y no juzgado por los crímenes relacionados con el asalto al Capitolio. Al parecer, incitar al golpe de Estado si eres presidente no es delito en Estados Unidos, porque te protege la inmunidad presidencial. ¡Luego decimos del Emérito!
Renombrar un accidente geográfico es el colmo de la megalomanía y el egocentrismo. El golfo de México se llama así desde el siglo XVI, aunque hay que reconocer que también se le llamó golfo de Nueva España, seno Mexicano, incluso mar de España. Tan antiguo es el nombre, que en España no se usaba la J para pronunciar ese fonema, de manera que se escribía México, igual que D. Quixote, siglos antes de que existiera New Jersey o que se pusiera nombre a los indios arapajós.
Hay que reconocerle al investido que es listo para los negocios. En el primer día de mandato ha ganado casi cuarenta mil millones de dólares con las criptomonedas, ¡ríete tú del Euromillones! Pero como gobernante no podemos concederle el beneficio de la duda, pues lo conocimos durante su primer mandato, cuando pagó menos impuestos de lo que paga en un año un obrero industrial; cuando mintió y engañó más que todos los presidentes anteriores juntos, sin contar la milonga de las elecciones que perdió con Biden. Puso en entredicho a organizaciones internacionales de las que forma parte EE UU, además del comercio internacional y los equilibrios estratégicos de sus propios aliados, incluida España, cuando reconoció la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental. Un socio tan fiable como una pata de banco desencolada.
El día de su investidura firmó decenas de órdenes ejecutivas, que ríete tú de los decretos leyes del Gobierno de Sánchez. Para abandonar las políticas contra el cambio climático, incumpliendo incluso los acuerdos internacionales a los que se había comprometido su país. Para dejar la Organización Mundial de la Salud y la Unesco, toda una proeza de triple mortal con tirabuzón ¡hacia atrás! Llama criminales a los inmigrantes, quien es hijo, nieto y cónyuge de inmigrantes. Anuncia una guerra arancelaria no sólo contra China, sino contra sus propios aliados; el país que ha sido paradigma del librecambismo se convierte en proteccionista a ultranza. ¡Anda y que coma nueces de California su abuela! Promete exenciones de impuestos a los ricos, ¿más todavía?, y la desregulación de los mercados; manga ancha para la especulación, el nepotismo y la esquilmación de los recursos públicos, empezando por la NASA y las fuerzas armadas, en favor de sus colegas multimillonarios, en el país donde hay más desigualdad. Seguir enumerando las amenazas para el equilibrio mundial económico, político y social es un ejercicio inacabable, pero ¡qué se puede decir de quien dice haber sido salvado por Dios para cumplir una misión divina!
En la taxonomía clásica de la ciencia política, los modelos de gobierno se clasifican siguiendo dos criterios: el interés en que se ejerce el poder y el número de personas que lo ejercen. Si predomina el interés general, hablaremos de monarquía, aristocracia (el gobierno de los mejores) o democracia. Si el factor primordial es el interés particular, hablaremos de tiranía, oligocracia o demagogia (el gobierno de quien conduce a la masa como al ganado, hoy populismo). Generalmente, el poder es ejercido siempre por un reducido número de personas. La república romana era gobernada primero por los patricios y luego por la primera clase, de manera que siempre fue una plutocracia, el gobierno de los ricos. Platón idealizaba la sofocracia, el gobierno de los sabios, que nunca existió, pero advertía de la timocracia, el gobierno de los militares, que gustan de gobernar al pueblo como si fuera la tropa.
La época recién inaugurada por Trump nos encamina hacia una cacocracia, el gobierno de los malos. Pero este último término tiene una pequeña ambivalencia, ya que puede valer tanto para los gobernantes ineptos, como para los malvados, dado que ‘kakós’ se refiere tanto a los malos como a los ladrones. Para éstos, también existe el término cleptocracia. Me temo que eso va a ser el Gobierno de Trump y su camarilla de ventajistas. Nunca el poder económico fue tan descarado e inmoral.
La historia dirá lo equivocado que estoy, pero de momento, amigo lector, preparémonos para los convulsos tiempos que están por venir. La democracia está en juego.
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