Opinión | Pasado de rosca
La realidad de la ficción
Imitar en la vida real el comportamiento de un personaje ficticio no significa vivir en un delirio en el que se confunde lo real con lo imaginario, sino que revela la profunda necesidad de nutrir nuestra imaginación para dilatar nuestro horizonte vital

Sarah Jessica Parker como Carrie Bradshaw en la secuela de 'Sexo en Nueva York', en las escaleras del ya icónico apartamento de Perry Street. / HBO
Barbara Lorber es una neoyorquina propietaria del número 66 de Perry Street, en el West Village de Manhattan, una vivienda a cuya puerta de entrada se accede por una escalera de diez peldaños. En eso es semejante a muchísimas otras casas de la Gran Manzana. Lo que le otorga singularidad es que esa es la escalera que ascendía y descendía Carrie Bradshaw, interpretada por Sarah Jessica Parker, cada vez que salía o entraba en su morada subida a los estratosféricos tacones de sus «Manolos». Lorber ha conseguido que las autoridades le permitan poner una verja delante de las escaleras inmortalizadas por la famosa serie Sexo en Nueva York para impedir que legiones de turistas puedan seguir imitando a Carrie Bradshaw, mientras son grabadas en vídeo. Las risas y otras ruidosas manifestaciones de júbilo tenían a Lorber al borde del ataque de nervios después de treinta años en los que el acceso a su casa se había convertido en lugar de peregrinaje de todos los mitómanos de Sexo en Nueva York.
Los propietarios de la casa situada en el número 3828 de Piermont Drive, en Albuquerque, estado de Nuevo México, llevan lustros soportando oleadas de visitantes que, repitiendo una famosa escena del último episodio de la tercera temporada de Breaking Bad, arrojaban una pizza de tamaño familiar al tejado de su propiedad. En la ficción, Walter White (encarnado por Bryan Cranston), alias «Heisenberg», es expulsado de la casa familiar por su mujer porque ella considera que representa un peligro para sus hijos. White, fuera de sí, lanza al tejado la pizza que llevaba para comerla en familia al abandonar el que había sido su hogar. Los dueños también han tenido que instalar una valla para impedir que siguieran aterrizando en el tejado de su garaje las pizzas arrojadas por los émulos de Heisenberg.
Sin salir de Breaking Bad, Anna Gunn, la actriz que interpretaba a la esposa del protagonista, publicó una carta en The New York Times en la que marcaba distancias entre su personaje en la serie y ella misma, porque en las redes abundaban los ‘haters’ que dirigían sus iras contra la persona, incapaces de distinguirla del personaje.
Esa incorporación de la ficción a la propia vida podría pasar por una muestra de simpleza o del carácter primario y la carencia de filtros en las personas que, movidas por su mitomanía, imitan a los personajes de las ficciones a las que se aficionan o que confunden al personaje con la persona real que lo interpreta. Sin embargo, visto de otra forma lo que revelan es la profunda necesidad que tenemos los seres humanos de incorporar la narración y los mitos a nuestra vida cotidiana. De las narraciones y los mitos extraemos consecuencias para nuestro día a día. Los estudiosos nos muestran el carácter ejemplarizante que tenían las narraciones míticas en las sociedades antiguas. Pero no se puede pensar que la razón y la realidad lo impregnan todo desde que nuestras sociedades se rigen por principios racionales. Los ejemplos arriba expuestos indican que nuestro carácter lúdico necesita de las ficciones para realizarse. Imitar en la vida real el comportamiento de un personaje ficticio no significa vivir en un delirio en el que se confunde lo real con lo imaginario, sino que revela la profunda necesidad de nutrir nuestra imaginación para dilatar nuestro horizonte vital.
Las narraciones orales, la literatura leída y en la actualidad las ficciones audiovisuales cubren nuestras necesidades diarias de fantasía. Sin ella, la realidad sería tan plana que nos aplastaría. Y más aún, nuestra moral y nuestra actitud hacia los demás se nutren tanto de nuestras experiencias reales como de las vivencias que nos trasladan las ficciones. Por eso, no se debe olvidar que la calidad de las ficciones marca, de alguna manera, la dimensión inmaterial de nuestra vida y nuestra moralidad.
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