Opinión | El retrovisor

Crónicas de una época

Cada número de TLM llegó a ser una fiesta, cada año de existencia era celebrado

Portada de ‘Tribuna La Muralla’.  Correspondiente a julio del año 2000.

Portada de ‘Tribuna La Muralla’. Correspondiente a julio del año 2000. / Archivo TLM

Se cumplen 30 años de la aparición de la revista murciana de sociedad Tribuna La Muralla. Todo un hito, toda una aventura en su género que duró hasta 2014, cuando Zapatero nos trajo la consabida crisis, dando al traste con numerosos medios de comunicación escritos, entre ellos la revista que nos ocupa.

Si singular fue «TLM» (abreviatura de su cabecera), no menos lo fue su redacción, allá por el año 1995, ubicada entonces en la calle González Adalid, y sus insignes integrantes, algunos de ellos flamantes plumillas que el paso de los años pondrían de moda. Desde las crónicas murcianas de Carlos Valcárcel Mavor; las fotografías de Tomás Lorente; la columna mensual y visita diaria de José María Párraga –una tarde de 1997 se marchó de la redacción a visitar una exposición en la galería Chys y jamás volvió–; el entusiasmo de José Valverde Díaz «El Pichilate», que se dejaba caer cada mañana, informando de contenidos a la sección de «Hemos Visto», o el escultor Antonio Campillo, que surgía por los pasillos de forma sigilosa, bien provisto de frasca de vino y «torraos» para dar fuerzas a los constructores de palabras. Fotógrafos como Tito Bernal; los jovencísimos Joaquín Clares o Javier Carrión; los Gambin, padre e hijo, como los maestros Ángel Fernández Saura y Antonio Ballester, plasmaron la actualidad y a los ilustres de esos días con la ilusión de todo lo que empieza.

Nacida la idea en un modesto mingitorio, en formato tabloide en sus primeros números, y con impresión en blanco y negro sobre papel reciclado, lo que hacía que, con el paso de los días, el abrir sus páginas llegara a ser como abrir un postigo. Muy pronto pasó a su formato definitivo y al papel couché que exigían sus contenidos.

Aquella breve redacción primeriza, compuesta por su directora Tanta Zarco; Emilio Masiá, Pedro López Morales, Carmen Caravaca y José Antonio Martínez-Abarca, fue creciendo en firmas nuevas y veteranas: Javier Orrico, Juan de Urbina, Soren Peñalver, Ángel Pina, Pedro Manzano, Juan Luis López Precioso, Juan Antonio Megías, José Miguel Colmenero, Paz Andrés-Vázquez, Olga Garre, Carlos del Amor, Juan Beltrán con sus Crónicas Alberqueñas; José Mariano Trillo-Figueroa y sus crónicas de sucesos; los viajes de Adela Díaz Párraga, los libros de María Dolores Ayuso, la saga marinera de Delgado Bañón y la original forma de cocinar con una pizca de ciencia de Joaquín Pérez Conesa, fueron el aderezo esencial para el éxito de aquellas crónicas de sociedad, a las que Ángel Montiel definió como la ‘jen sen’ de la Murcia próspera y feliz de mediados de los noventa, la que aún conservaba los retazos alegres de la movida ochentera.

Bodas, bautizos, comuniones, saraos; la belleza, la ironía y aquella máxima de hablar solo de lo bueno de las personas y de los hechos destacables acaecidos en nuestra tierra, amenizado todo ello con fino humor (no faltó el humor gráfico de «Ángel y Guillermo» y el del joven dibujante Álvaro Peña), completaron el ‘staff’ de aquella revista, que en palabras de Juan José Alonso Millán en El Imparcial, era una mezcla de Hola y la Revista de Occidente, solo que mejor y mucho más divertida.

Cada número de TLM llegó a ser una fiesta, cada año de existencia era celebrado. Memorable fue la celebración de su 15º aniversario festejado en el Real Casino con la asistencia de toda la pomada de la sociedad de Murcia, 2000 personas acudieron a la cita. Tertulias que contaron con personalidades de la vida nacional: Vizcaíno Casas, Alfonso Ussía, ministros, diplomáticos venidos desde el lejano Oriente, Carmen Posadas, Gustavo Pérez Puig -que acudió con Laurita Valenzuela-, Sazatornil, Sancho Gracia o Carmen Lomana, entre otros muchos. Reconocimientos anuales concedidos en abarrotados salones. Ya todo es recuerdo en gentes que se conocían, se frecuentaban y se querían. Un producto insólito en el panorama de nuestra prensa, que invitó a sumarse a su espíritu, a combinar la ligereza con la tersura. 30 años de una revista que sus lectores siguen mirando con añoranza y una sonrisa de complacencia, conservando sus ejemplares como oro en paño.

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