Opinión | Las fuerzas del mal
Con un chis
Ha sido ganar Trump y todos esos esfuerzos prodigiosos en diversidad, inclusión y equidad por los que tanto presumían las megacompañías que usamos a diario se hayan esfumado como el genio de la lámpara en una película de fantasía

Imagen de archivo de José Luis Mendoza, expresidente de la UCAM.
Al final, tuvo razón el ínclito José Luis Mendoza en aquel discurso académico dado en el antiguo convento de los Jerónimos, que aún conserva la acústica que da a la voz y al tono el eco pertinente a los púlpitos, tan ajena a la academia, de que las fuerzas del mal iban a controlarnos con un chis.
Se han necesitado 44 mil millones de dólares y una mentira tan gorda como decir que vas a traer de vuelta la libertad de expresión, amén de poner 274 millones de dólares en la campaña de Trump, para que los chips de los servidores de Twitter, que ahora se llama X, se pusieran al servicio, efectivamente, de las fuerzas del mal. Lo más curioso de todo es que, en medio de la campaña legal para el cierre en EE UU de TikTok, la popular red de capital chino, con la excusa de que podría atentar contra la seguridad nacional estadounidense, Elon Musk haya interferido en la política de Reino Unido, Alemania, Dinamarca o España, sin que la Comisión Europea haya movido un dedo.
Si Elon Musk fuera un ciudadano de a pie, posiblemente no tendría una plataforma como Twitter, en la que cuenta con más de 213 millones de seguidores, amén de controlar el algoritmo, haciendo de esa red un lugar hostil para aquellos que no comulgan con sus ideas, usándola mientras conserva un prestigio de foro ciudadano mundial que ya no tiene. Si Elon Musk no fuera futuro miembro del gabinete de Trump, no sería una injerencia en política de otros países, sino la opinión de un señor millonario, y aún así habría mucho que discutir. Sin embargo, la UE no sigue los pasos de EE UU con TikTok o incluso de Brasil con el propio Twitter, cortando el acceso a la plataforma, a pesar de que Elon tiene claros intereses en que se produzca una desregulación en redes sociales y en otros sectores, sobre todo en aquellos en los que él tiene interés.
Ha sido ganar Trump y todos esos esfuerzos prodigiosos en diversidad, inclusión y equidad por los que tanto presumían ante su público femenino, racializado o LGTBIQ+ las megacompañías que usamos a diario —Disney, Twitter, Meta, Amazon o Google, la última, justo este viernes— se hayan esfumado como el genio de la lámpara en una película de fantasía.
Los perjudicados nos tenemos que dar claramente por aludidos cuando vengan con milongas e irnos con nuestro dinero y nuestro tiempo a otra parte. Yo no quiero estar en un local donde el dueño permita a la parroquia que me llamen enfermo, así que me buscaré otro local. Quizás los que se quedan no saben o no quieren verlo, pero tienen, por género, raza y clase, razones para ser insultados, cosificados y, finalmente, excluidos en aras de esa libertad de expresión que los dueños ultrarricos de las redes sociales manejan a su antojo con el algoritmo, sostenido con el chis, ese que decía Mendoza que nos querían controlar las fuerzas del mal.
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