Opinión | Las fuerzas del mal

Franco, como concepto

En cualquier dictadura se usa la apologética fijándose en aspectos parciales que ignoran la situación en conjunto de entonces y contada desde el sesgo del superviviente

El artista Eugenio Merino, junto a la figura de Franco.

El artista Eugenio Merino, junto a la figura de Franco. / EFE

Si entendemos que cada persona es un mundo, un viaje en coche de cuatro extraños es como un sistema planetario orbitando en un sol accidental: puede no pasar nada o ser un acontecimiento cósmico, y entre esas dos opciones, cualquier cosa.

En un reciente viaje en BlaBlaCar, que es un poco como jugar a la ruleta rusa de la alineación de planetas, tuve la suerte de ser pasajero en un coche lleno de personas educadas y encantadoras, tres hombres y una mujer. Pero, incluso entre encantadores como nosotros, puedo yo pisar un charco. Comentando las inundaciones de Valencia, la señora dijo que la inundación no había ido a peores, según su hija que vivía en Valencia, gracias a la obra que hizo Franco. Se refería al Plan Sur, que desvió el río Turia tras las inundaciones del 57. Dos de nosotros nos movimos un poco intranquilos, e incluso intenté matizar esa afirmación: en definitiva, sí fue Franco, «Franco, como concepto» dije yo, pero tras mucho debate entonces, incluso con el cese del entonces alcalde de Valencia de por medio, que había reclamado las ayudas prometidas. El cuarto pasajero, también para poner punto final al tema de conversación que se había iniciado de buena fe, y que ni pretendía ser debate, puso orden: «Lo hizo Franco y ya está.»

Es cierto que Franco hizo una serie de cosas de las que no vamos a negar su bondad. Es posible que Franco ampliara y potenciara la Seguridad Social, pero esta se creó en 1883 y se empezó a aplicar en 1900. Aunque las vacaciones pagadas llenaran las carreteras de Seiscientos hacia los destinos de costa, estas se llevaban pagando a funcionarios del Estado desde 1918, a los capitanes mercantes desde 1919 y fueron reconocidas al resto de los trabajadores en el Estatuto de la II República. Los famosos pantanos vienen de un plan de 1902 retomado por la Segunda República. Parecido trayecto tiene la educación pública, que viene de antes de Franco.

En cualquier dictadura se usa la apologética fijándose en aspectos parciales que ignoran la situación en conjunto de entonces y contada desde el sesgo del superviviente: aquellos que pasaron las pruebas, nuestros padres, nuestros abuelos, olvidándose de quienes se quedaron en el camino. Con esa misma razón, se puede justificar, por ejemplo, la dictadura de Pinochet, por lo bien que iba la economía siguiendo los dictados de la Escuela de Chicago, o los índices de alfabetización y médicos de la dictadura cubana a pesar del embargo férreo de Estados Unidos. Sobre todo, en esas apologías, se ignora o se dulcifica el mantenimiento injusto de la misma, el quebranto en los derechos de toda la población, en su conjunto, y en el gobierno de la sociedad.

No pretendo tener razón a posteriori, porque luego, en una parada, me disculpé y cerramos el asunto. De esa segunda conversación sí que salió la queja compartida de que, si un régimen dictatorial podía hacer las cosas que hizo, en democracia deberíamos ser capaces todos de cosas mejores. Franco, como concepto, no solo debe ser un recordatorio de lo que no debe repetirse, sino una oportunidad para reflexionar sobre cómo la democracia puede y debe superar cualquier logro atribuido a un régimen dictatorial. Porque lo bueno puede ser mejor, y lo malo, como Franco, nunca más. 

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