Opinión | Pasado de rosca
La cobardía del dinero
Los magnates demuestran que su compromiso no es con la democracia, sino con la cuenta de resultados de sus empresas

Jeff Bezos, presidente ejecutivo de Amazon. / Alessandro Di Marco / EFE
Cuando en 2013 Jeff Bezos compró el prestigioso diario The Washington Post, muchos se preguntaron por qué el dueño de Amazon se embarcaba en esa aventura. Seguramente no sería errado responder que porque tenía el dinero necesario —solo le hizo falta el 1% de su fortuna para esa adquisición— y porque le interesaba el negocio de los medios de comunicación. Pero se podría repreguntar, como hacen los buenos periodistas, por qué le interesan a Bezos los ‘media’, aunque eso ya sería meterse en la atribución de intenciones, lo que es un pretencioso error. Por si acaso los malpensados creyeran que lo que el magnate quería hacer comprando el periódico capitalino estadounidense era manipular a la opinión pública, Bezos se apresuró a proclamar que no pensaba influir en su línea editorial, que el diario seguiría conservando la independencia que siempre lo había caracterizado. Sin embargo, cuando se aproximaba la fecha de las elecciones presidenciales estadounidenses, por primera vez en 48 años el diario no reveló a qué candidato apoyaría. El editorial pidiendo el voto para Kamala Harris y explicando las razones por las que se decantaba por la candidata demócrata estaba ya escrito cuando Bezos mandó retirarlo. Su exdirector, Martin Barron, uno de los periodistas más prestigiosos del mundo, proclamó sin rodeos: «Esto es cobardía, con la democracia como víctima». Y lo vio como un éxito de la intimidación de Donald Trump. Esta misma semana ha dimitido Ann Telnaes, una dibujante del diario de Bezos. El periódico rechazó publicar una viñeta en la que se veía al propio Bezos y otros magnates que, como Bezos, han hecho donaciones a Trump con bolsas de dinero y arrodillados ante una estatua del presidente electo. En palabras de la propia Telnaes: «nunca me habían bloqueado una viñeta por culpa de a quién o a qué decidí apuntar con mi pluma. Hasta ahora». La dibujante trabajaba para el Washington Post desde 2008.
Parece que entre Donald Trump y Elon Musk hay una coincidencia ideológica, si se puede atribuir una ideología a tan atrabiliarios y egocéntricos personajes. Es preocupante, porque Musk, que aún no ocupa ningún puesto oficial en la Administración estadounidense, ya se permite cosas como apoyar al partido de extrema derecha alemán AfD; atacar primero al canciller Sholtz al que llamó «tonto incompetente»; después al presidente germano Frank-Walter Steinmeier, según Musk, «tirano antidemocrático»; y por último al candidato de Los Verdes a jefe del Gobierno, Robert Habeck, del que dice que es «un traidor del pueblo alemán». Pero, si cabe, lo más preocupante es que los magnates que aparecen en la viñeta de Telnaes —Jeff Bezos, propietario del Washington Post y fundador de Amazon; Mark Zuckerberg, fundador y consejero delegado de Facebook y Meta; Patrick Soon-Shiong, editor de Los Angeles Times, que también vetó un editorial a favor de Kamala Harris; Sam Altman, consejero delegado de Open AI; y el ratón Mickey Mouse, en representación del grupo de Walt Disney Company, al que también pertenece ABC News— se dirijan como pastorcillos al portal con sus ofrendas de bolsas llenas de dólares para congraciarse con Trump. Zuckerberg, aparte de donar dinero para la elección de Trump, acaba de prescindir de los verificadores de datos en Facebook e Instagram, abandonando así la lucha contra los bulos, como gusta al idolatrado patrón.
Por otra parte, este mismo viernes, BlackRock ha decidido abandonar la Net Zero Asset Managers Initiative, una organización que agrupa a los principales gestores de fondos que luchaban contra el cambio climático. Este abandono sigue los pasos de otras destacadas empresas inversoras como Citi, Bank of America y J. P. Morgan. Sin duda les parece arriesgada la militancia contra el cambio climático cuando va a ocupar la Casa Blanca un destacado negacionista como Trump. Así los magnates demuestran que su compromiso no es con la democracia, sino con la cuenta de resultados de sus empresas, que se pueden ver comprometidas si el gran patrón los considera desafectos a su causa y decide perjudicarlos desde la presidencia. Un comportamiento tan llamativo como cobarde.
A la proverbial cobardía del dinero no cabe oponer otra cosa que la lucidez y la valentía de los desposeídos para afrontar lo que nos espera con la segunda venida de Trump.
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