Opinión | Cartagena D.F.

Propósitos y sustos

Sería insoportable el día a día si pensáramos que nos puede tocar a nosotros una desgracia, un atentado o una catástrofe natural, pero la realidad nos demuestra un día tras otro que somos vulnerables

Bomberos trabajan en el incendio del TEDi, en Cartagena, a finales de diciembre de 2024.

Bomberos trabajan en el incendio del TEDi, en Cartagena, a finales de diciembre de 2024. / Iván Urquízar / LMU

Un intenso olor a quemado acompaña los primeros paseos de este 2025 por el centro de Cartagena. Deseamos que no sea un mal presagio, aunque llevamos un mes de enero que no ganamos para sustos. Por ser precisos, el incendio del TEDi del pasaje Conesa que ha dejado este peculiar aroma en la Puerta de Murcia se produjo en los últimos días de 2024, pero fue el precursor de otros dos sucesos que nos han alarmado en los albores del nuevo año: otro incendio en la cocina del Hospital Perpetuo Socorro, situada en la cuarta planta del centro sanitario; y la activación del protocolo por amenaza de bomba con el consiguiente desalojo del centro de la ciudad ante la presencia de dos maletines sospechosos que alguien dejó junto a la fachada del edificio de Capitanía, sede principal de la Fuerza de Acción Marítima de la Armada y residencia del almirante que la dirige. 

Afortunadamente, ninguno de estos tres llamativos sucesos ha supuesto poco más que algunos daños materiales, pero sí dan pie a reflexionar sobre la tensión permanente del mundo en que vivimos. La verdad es que no podemos vivir pensando que la tienda en la que estamos comprando los regalos de Reyes pueda acabar en llamas. O que el hospital en el que estamos ingresados también se vea amenazado por el fuego. Y tampoco podemos pasear por el centro temiendo que nos pueda estallar una bomba al lado. Sería insoportable el día a día si pensáramos que nos puede tocar a nosotros una desgracia, un atentado o una catástrofe natural, pero la realidad nos demuestra un día tras otro que somos vulnerables. Pese a todo, apenas sabemos apreciar el valor de nuestras rutinas diarias y nos quejamos por casi todo. Quizá porque creemos que lamentándonos de las minucias del día a día alejamos mayores infortunios, cuando lo cierto es que la chispa puede saltar en cualquier momento, en cualquier lugar, como si de una lotería a la inversa se tratara, eso sí, muchas veces, con más posibilidades -estadísticamente hablando- de que nos toque que de que resultemos agraciados con el gordo de Navidad. Eso debería llevarnos, en estas semanas de renovados propósitos, a marcarnos el reto de disfrutar más de las cosas pequeñas que nos regala cada día y, sobre todo, a mirarnos menos el ombligo, para apreciar más a la gente que nos rodea, en lugar de medir y analizar supuestos agravios irreales que solo nos alejan de los que más queremos. Sí, debe ser que aún me inunda el espíritu navideño. Que nos dure a todos, porque el mundo está cada vez más caliente. Y no me refiero, precisamente, al cambio climático.

Volviendo a los propósitos y también a los despropósitos, la actualidad nacional, regional y municipal parece inmersa en el mismo bucle en el que caemos todos de año en año, al hacernos a nosotros mismos las efímeras promesas de todos los meses de enero de ser más organizados, de hacer más deporte, de perder unos kilos o de tomarnos por fin ese café que siempre decimos que a ver si nos tomamos con ese amigo de siempre, al que no vemos casi nunca. Por ceñirnos a lo que nos toca más de cerca y tras la excelente cabalgata de Reyes que hemos contemplado este año, algunos titulares de prensa que se han escrito esta primera semana posnavideña de 2025 podrían valer perfectamente para los periódicos de hace una década o hasta un cuarto de siglo. Tienen que ver con esos proyectos eternos que siempre vislumbra Cartagena en un horizonte hacia el que no parece avanzar nunca. Me refiero a esos asuntos que ya son recurrentes hasta para mí en este rincón de papel o digital que está leyendo. Hablo de retrasos en la que ya parece casi utópica llegada del AVE, de proyectos irrealizados y quién sabe si irrealizables, de promesas de nuevos avances que ya deberíamos haber dejado atrás o de batallas por la construcción de una nueva dársena portuaria en El Gorguel cuyo tren de la oportunidad tal vez ya se haya perdido. Quizá nuestro problema, el de los cartageneros, sea centrarnos en grandes aspiraciones, que queremos correr la maratón de golpe y sin calentar, en lugar de trazarnos pequeñas metas que nos garanticen el triunfo final. Una sugerencia: podríamos empezar por proponernos mantener limpio y en condiciones lo que ya tenemos y no dejar que se deteriore. Ahora que lo pienso, esto vale tanto para la ciudad como para cada uno de nosotros mismos. Y hasta para el mundo entero. Así, tal vez, nos evitaremos muchos sustos.

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