Opinión | Nueva presidencia
Joaquín Rábago
Trump y la política de las cañoneras
El presidente reelecto de Estados Unidos, Donald Trump, amenaza a vecinos, aliados y rivales
Como si estuviésemos aún en el siglo de las cañoneras y no en plena era nuclear, como si la doctrina Monroe fuese para la eternidad, el presidente reelecto de Estados Unidos, Donald Trump, amenaza a vecinos, aliados y rivales. Curtido negociante del sector inmobiliario, de modales más bien mafiosos, Trump eleva siempre la apuesta, convencido de que, al final, él conseguirá sacar tajada. Funcionó ya antes con la OTAN, al lograr que todos sus miembros se comprometieran a pagar como mínimo un 2% del PIB nacional por el escudo militar que les ofrece EE UU. Y ahora quiere más: un 5%.
Su gran preocupación no es, sin embargo, la Rusia de Vladímir Putin sino, por supuesto, China, cuyo poder económico y creciente influencia en los países del llamado sur global, desde Asia hasta África o Latinoamérica, teme sobre todo lo demás. Le preocupa el control económico que pueda ejercer Pekín sobre el canal de Panamá, construido en su día por Estados Unidos y que Trump sigue considerando parte de su patio trasero.
Lo devolvió a su legítimo propietario un ingenuo antecesor demócrata, Jimmy Carter, y esto es algo que el republicano nunca le perdonará. Ha puesto también el ojo en Groenlandia, por las riquezas naturales de su subsuelo y porque sus aguas territoriales están aún sin explotar.
Trump ofrece comprarla a Dinamarca, de la que esa enorme isla situada entre el Atlántico y el Ártico es territorio autónomo, como en su día compró EE UU Alaska a la Rusia del zar. De no aceptarse su oferta monetaria, amenaza incluso con la fuerza.
Dinamarca es fiel aliada de la OTAN, pero no importa, también lo es Alemania, y Washington, con el demócrata Joe Biden al frente de la Casa Blanca, decidió también un día que ese país dejase de recibir el gas barato ruso que le permitía a su industria exportadora competir con Estados Unidos.
Denunciaban muchos la excesiva dependencia del autócrata del Kremlin que suponía la compra por Europa del gas y el petróleo rusos, y ahora tenemos a cambio el chantaje de los EE UU de Trump.
Ni pretende tampoco tratar mejor el presidente electo a sus vecinos: a propósito de Canadá, Trump se dice dispuesto a utilizar «la guerra económica» para convertirla en un nuevo estado de la Unión, eliminando una «línea divisoria trazada artificialmente».
Y amenaza tanto a ese país como al vecino del sur, México, con imponer a sus exportaciones aranceles de hasta un 100%, si no frena la entrada en Estados Unidos de inmigrantes y de drogas a través de sus fronteras.
En el colmo de su soberbia, Trump propone rebautizar el golfo de México con el «bellísimo nombre» de «golfo de América», algo que no debería sorprendernos, cuando ese país hace tiempo que se apropió del nombre de todo el continente como gentilicio. América, para los americanos.
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