Opinión | Dulce jueves

Fatiga de elección

Estas navidades volví locas a mis hijas con la infinidad de filtros que puse cuando nos sentamos a ver una película

Una familia viendo una película en su hogar.

Una familia viendo una película en su hogar. / iStock

Se llama fatiga de elección. Ante la abundancia, te bloqueas. Elegir una película se ha convertido en un reto que produce ansiedad y acaba en frustración. En lugar de sentir emoción por tanta variedad, nos sentimos abrumados, entramos en pánico ante la alta probabilidad de error en la elección y, a menudo, nos vamos a la cama sin elegir ninguna. Creo que con la edad, este síndrome empeora. Los jóvenes se adaptan mejor al exceso.

Para mí, más es menos. Necesito un programador, porque el que llevo en la cabeza está fundido, paralizado por mil manías. Estas navidades volví locas a mis hijas con la infinidad de filtros que puse cuando nos sentamos a ver una película. No veo películas de narcos ni de mafiosos (a no ser que su director sea Coppola). Si hay drogas, tampoco. Las de alcohólicos, solo si sale Paul Newman. Evito la violencia. Tarantino está vetado, todo su cine responde a la frustración de no haber imaginado una escena como la de la gasolinera de El padrino. No volveré a ver películas de locos y manicomios, con lo que se descartan todas las de Jack Nicholson. Si es un drama romántico, me inclino hacia las de amor heterosexual. Me siento más identificado. Si la película se anuncia como la progresiva desintegración de un matrimonio, no la veo. Si es de amor, tiene que tener un final feliz, aunque sea más allá de la muerte, como en Always. Me gusta Spielberg porque es lo contrario que Tarantino. Ama la vida. 

No veo tampoco películas de gente en coma, o que vuelven a la vida sin saber quiénes son y se les ha olvidado todo. No tengo nada en contra de los zombis, están muertos y no saben lo que hacen; los vampiros ya me dan algo de grima, y definitivamente no soporto a los caníbales, aunque estén enamorados. Eso descalifica para siempre a Luca Guadagnino. La vida ya es bastante rara como para retorcerla. 

Si es una película española, quedan excluidas las de mujeres en busca de su infancia en el mundo rural. Las pelis de miedo, bien, excepto las de exorcismos y posesiones diabólicas o las de muertos que se aparecen. Tampoco las de tarados que matan a adolescentes de excursión o que acosan a mujeres que se quedan solas en casa. No entiendo las películas sin mujeres; las de guerra, por ejemplo, y toda esa camaradería masculina. Las de cárceles no me aportan nada, a no ser que el alcaide sea Robert Redford. De las policiacas, solo con la condición de que haya al menos un detective que no sea corrupto. En las de juicios, se agradecería que alguna vez el fiscal no tenga cara de malo. Me encantan las de catástrofes y las de virus extraños que se extienden por las ciudades. Pero solo mientras se cierne el desastre y los personajes empiezan a ver cómo el mundo se desmorona. Luego, cuando todo está destruido, decae el interés. Y esto es innegociable: tiene que sobrevivir alguien, una familia. Las de extraterrestres me producen un excesivo desasosiego porque a menudo estoy deseando que culminen con éxito su invasión...

Siempre quiero ver una del Oeste, de John Ford si es posible. Pero mis hijas no.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents