Opinión | Lapsus calami
El arte de regalar
Acaban de terminar las fiestas navideñas, la época del año en la que el regalo está más presente y es más universal que en ningún otro momento, y enmarca las fechas festivas, desde la Nochebuena con el cada vez más instaurado Papa Noel, o el más tradicional aguinaldo (con su variante aguilando en Murcia, de la que podría provenir la anterior), hasta la epifanía de los Reyes Magos.
El término aguinaldo parece provenir del celta. Los romanos también hacían obsequios en año nuevo, a los que se daba el nombre de strenna y que tenían como propósito servir de buen augurio (de ahí nuestro verbo ‘estrenar’), pero también por las fiestas de las Saturnalia (en el mes de diciembre) se ofrecían regalos en la antigua Roma.
Recuerdo cuando de niña mi madre daba el aguinaldo al barrendero o al butanero, que se presentaban en casa con una estampita, que canjeaba por la propina más o menos estipulada. Mis hermanas y yo, sin embargo, aguardábamos con expectación la llegada de los Reyes Magos.
Más allá de la obligación o la costumbre, o de las tácticas de márquetin de los comercios que nos bombardean con anuncios para instarnos a ello, el acto de regalar es una muestra de afecto o de cortesía hacia el prójimo, que cuando es sincero hace tanta ilusión al que regala como a quien recibe, o incluso más.
Hay personas proclives al regalo, y las hay refractarias. Y aquellas cuya sola presencia es el mayor regalo que se pueda desear. Pero sin duda hacer regalos es un reto cuyo mayor riesgo es no acertar en el gusto de la persona agasajada. Es de mala educación despreciar un regalo, aunque no sea de nuestro agrado. En otros tiempos cuando así ocurría se disimulaba, y el regalo podía alcanzar a otro destinatario de rebote. Hoy es frecuente el mercado de regalos ‘de segunda mano’ sin estrenar, que así vuelven al círculo del dar y el recibir implícito en el hecho de regalar.
Se discute la procedencia de ‘regalar’, tal vez galicismo del francés antiguo, aunque podría ser un castellanismo adoptado por el francés, pues está atestiguado en nuestra lengua con anterioridad. Por su parte ‘obsequio’ proviene del latín obsequium que significa ‘complacencia’, ‘deferencia’, derivado de obsequi, ‘ceder a la voluntad de alguno’. En italiano se usa con frecuencia la palabra ‘ommagio’, que parece derivar del francés antiguo ‘homage’, derivado de ‘homme’ (‘hombre’, homo en latín), y, además de regalo, significa homenaje o tributo y remonta a la ceremonia medieval en la que el soberano concedía un feudo a alguien, y quien lo recibía juraba solemnemente servirlo con fidelidad.
Siempre podemos darnos un homenaje y autorregalarnos. Seguramente así no fallaremos, pero el regalo perderá gran parte de su magia, la que lo envuelve cuando involucra a emisor y receptor en un acto especial de comunicación.
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