Opinión | Misa de doce
Baños públicos
Durante estos días, en los que vislumbramos los albores del nuevo año y el ocaso del que dejamos, toca hacer ‘recap’. Vamos, lo que toda la vida ha sido echar la vista atrás y como cantaban los Mecano en su mítica canción, «un año más, hacer balance de lo bueno y malo». Pero como somos más tontos que mandados a hacer de encargo, o como dirían las abuelas, tenemos una ‘guantá’, lo decimos en inglés que es más guay, fino y esnob.
No sé si una ‘guantá’, pero sí un apercibimiento, siendo generosos, tienen alguno de los establecimientos que la pasada Nochevieja volvieron, erre que erre y ya sé que me repito, a cerrar las puertas de sus locales para que los clientes no pudiéramos hacer uso de sus baños contraviniendo, una vez más, la ordenanza municipal que especifica que los bares y restaurantes que quieran instalar barras en las calles no pueden poner música y deben garantizar la accesibilidad y el uso de los aseos o en su defecto instalar un WC químico portátil.
Pues sí, queridos, ni lo uno ni lo otro. Quevedo, no el escritor, sonaba como si no hubiera un mañana en los altavoces instalados en cierto local sito en la Plaza de Julián Romea mientras, como hemos comentado, las puertas del establecimiento permanecían cerradas a cal y canto siendo los únicos aseos portátiles disponibles los habilitados por el Ayuntamiento.
Desconozco cuándo y por qué comenzaron a desaparecer de la fisonomía de nuestras ciudades los aseos públicos. Ahora que aún seguimos inmersos en plena vorágine navideña recuerdo con especial emoción el personaje de Emilia, Elvira Quintillá, encargada de gestionar los baños públicos en la obra maestra de Berlanga, Plácido. O el de Hirayama, trabajador responsable del mantenimiento de los baños públicos de Tokio en Perfecf Days, esa obra de arte que se sacó de la chistera Wim Winders y que nos plantea disfrutar de nuestra rutina y saborear los pequeños momentos de la vida.
Habilitar de lavabos públicos nuestras ciudades y pueblos no es solo cuestión de higiene, sino un ejercicio de empatía con aquellos convecinos que por problemas de salud deben hacer uso de un aseo con mucha más frecuencia de lo habitual. Por no hablar de aquellas personas sin techo que en la mayoría de ocasiones no disponen de un lugar donde hacer sus necesidades y que debido a sus circunstancias, seamos sinceros, pocas veces se les permite el acceso a un establecimiento público para ir al baño.
Deberíamos de volver a repensar el modelo de ciudad dotándolas de más lavabos públicos y que estos estén armonizados con el entorno urbano. Ciudades como París, Sidney o Zurich han hecho los deberes y ofrecen a sus ciudadanos una media de tres baños públicos por kilómetro cuadrado multiplicando de este modo la calidad de vida de sus vecinos y visitantes.
Estudiar e implementar su colación en nuestras ciudades debería convertirse en prioridad. Créanme que nos dignificaría como sociedad y nuestras ciudades, como diría la gran María Jiménez, Dios la tenga en su gloria, parecerían «más amables, más humanas y menos raras». Yo también apostillaría, menos guarras.
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