Opinión | Lapsus calami
Lengua y matemáticas
Que hablamos por medio de metáforas es algo que a poco que reparemos podemos comprobar. A mi modo de ver, esta es al mismo tiempo la prueba de la complejidad del pensamiento y de la naturaleza esencialmente poética del ser humano. Y precisamente esa complejidad es la que evidencia lo absurdo de establecer entre las distintas disciplinas del saber cajones estancos y fronteras estrictas, algo a lo que tan dados somos, por otra parte, como si fuese imprescindible establecer taxonomías para poder aprender (de aprehender), tal vez movidos por un afán de posesión y una resistencia inútil a dejar fluir como si en nuestro interior operara de continuo el pulso entre lo permanente e inmutable defendido por Parménides de Elea y el incesante cambio propugnado por su contemporáneo Heráclito de Éfeso.
Todo ello en pro de una deseable especialización que obliga necesariamente a restringir, eliminar y despreciar, pues si no se puede amar lo que no se conoce, es más fácil desdeñar lo que se ignora, como cuenta Esopo en la fábula de la zorra y las uvas: para la raposa el fruto nunca está lo suficientemente maduro.
Los números como referente
Entre los temas más habituales en ese uso traslaticio del idioma del que hablaba se encuentra el que tiene a los números como referente. Para empezar, usamos una misma palabra para referirnos al cálculo y al relato: contar. Y no pocos cuentos tienen mucho en común con las cuentas, como el que de niñas nos contaba mi madre a mis hermanas y a mí y que, en bucle, decía aquello de «una vez eran tres: Juan, Perico y Andrés, ¿quieres que te lo cuente otra vez?».
Contamos a los que acudirán a los encuentros familiares o de amigos, y a los que irremediablemente están ausentes, aunque los sintamos incluso más presentes que cuando físicamente nos acompañaban: una silla vacía o la ausencia de un cubierto en la mesa cuentan entonces especialmente, y una vela encendida suple como sucedáneo el calor de quien ya no está a nuestro lado. Hay también quienes, por desgracia, están o se sienten ‘más solos que la una’.
En estas fechas, iniciando el nuevo año, entre los propósitos más habituales se encuentran los de hacer ‘borrón y cuenta nueva’, así como balance del año concluido, expresiones propias de la contabilidad. Y es que los números y las letras están hermanados permanentemente. Dimensiones y magnitudes de todo tipo comparten el uso de los guarismos con las fechas en el calendario y los aniversarios (el colectivo Iletrados, verbi gratia, cumplirá muy pronto el vigésimo), y tiempo y espacio encuentran su concreción en los ordinales o cardinales, muy presentes además en el refranero, como es el caso de los equivalentes «no hay dos sin tres» o «a la tercera va la vencida» y, en otro sentido, «más vale un toma que dos te daré» o «más vale pájaro en mano que ciento volando», entre otros muchos ejemplos.
Expresiones tan ‘simpsonianas’ como «multiplícate por cero» (en la traducción de María José Aguirre de Cárcer al español, por cierto, pues su equivalente inglés es «eat my shorts», que repite con frecuencia Bart Simpson) usan este número, tan inútil cuando se encuentra a la izquierda, como sinónimo de lo que es nulo. La expresión «ser un cero a la izquierda» es buena muestra de ello.
Estar seguro de algo, o de acuerdo con alguien, al cien por cien, o la rendición de cuentas y los ajustes de ídem, de tan mafiosas resonancias, son otras tantas evidencias de la simbiosis entre las matemáticas (el saber por excelencia si atendemos a su etimología griega) y la lengua.
El conteo como uso poético
Y si nos vamos a los usos poéticos del idioma, no son pocas las referencias al conteo, sea de estrellas, granos de arena o besos. A todo ello se aplica el poeta veronés Catulo con su amada Lesbia en el Carmen VII, escrito en el siglo I a. C., pero es el Carmen V el que ha pasado a la posteridad como el poema de los besos, en el que pide a Lesbia besos sin cuento hasta perder la cuenta, ignorando a puritanos y envidiosos.
En los últimos días ha visto la luz un proyecto que empecé a acariciar a comienzos de 2021 y que gracias a la Fundación Teatro Romano de Cartagena se ha materializado por fin en un libro en el que han colaborado 166 poetas: Besos para Catulo. LXVII versiones del Carmen V de Catulo.
En uno de los versos de dicho poema Catulo escribe «soles occidere et redire possunt» (los soles pueden ponerse y volver a salir), y continúa señalando a Lesbia que, frente a lo permanente —al menos en apariencia— del ciclo natural, «nosotros, tan pronto se extinga nuestra breve luz, habremos de dormir una noche única y eterna». La formulación del carpe diem aparece ya en el verso inicial: Vivamus atque amemus. Todo el poema es una invitación a vivir y amar.
Uno de los villancicos más populares en Navidad dice: «La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más…», curiosa coincidencia con los versos catulianos, aunque en este caso sea la noche y no el sol la que recurrentemente vuelve en ese ciclo sin fin que representan la sucesión y suma de las jornadas.
Contar los días para que algo ocurra suele ser síntoma de ilusión expectante. La que siento por que llegue el jueves 9 de enero, día en el que se presentará la antología citada, inspirada en el Carmen V catuliano. Será a las siete de la tarde en el Salón de Actos del Teatro Romano de Cartagena. Allí os esperamos para repartir incontables besos de papel. Entretanto, sigamos contando hasta el infinito y más allá en la expresión de buenos deseos y mejores intenciones por enésima vez sin que ello les reste valor, en este tránsito entre el 24 y el 25. Y que podamos seguir haciéndolo muchos años.
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