Opinión | Erre que erre (rock ‘n’ roll)

Marisa Paredes, adiós mujer icónica

Indiscutible virtuosa del cine y las tablas, pocos o ninguno han sido los papeles por los que ha pasado indiferente

La actriz Marisa Paredes

La actriz Marisa Paredes / Ferran Nadeu

A propósito de la elegancia, ha muerto la icónica actriz Marisa Paredes y este país está de luto. Me vanagloria pensar que en España se sufre menos a causa del edadismo, entendido como la discriminación por edad. En el cine hegemónico rodado en otros lugares, se presenta a la mujer con signos de decadencia física o psíquica si ha sobrepasado los 40 años, estereotipo inmundo como reflejo de una sociedad poco tolerante con los surcos cutáneos que pueda presentar una actriz, salvo si esa actriz es una atractiva y sofisticada Leo Macías (Amanda Gris) en La flor de mi secreto (Almodóvar, 1995) o cómo, con su talento inherente, interpretando a la madre de Dora en un papel trascendental de abuela en La vida es bella (Roberto Benigni, 1997). Indiscutible virtuosa del celuloide y las tablas, pocos o ninguno han sido los papeles por los que La Gran Dama del Cine ha pasado indiferente, su reconocimiento ha sido ejemplar, y esperamos por ello que se haya marchado sintiendo el respeto y la admiración de todos los amantes del cine que aplaudimos su Premio Nacional de Cinematografía, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, la Gran Medalla Vermeil de la Villa de París, el Fotograma de Plata en seis ocasiones, el Premio de Honor en el Festival de Cine de Astorga y el Premio Goya de Honor, entre muchos otros, concedidos tras 75 películas y otras tantas obras de teatro.

Marisa, siendo musa, eligió ser y escoger todo lo remoto a lo trivial o grotesco. Marisa es ejemplar; ha sido, fue y será la mejor actriz que podamos recordar en este país.

Dicen que actriz es la que interpreta un papel, la que exagera o finge, y eso hacía Marisa tras una cámara. Actriz, es la que puede leer las instrucciones de un plato precocinado y emocionarnos porque su voz estalla desde sus entrañas y eso hacía Marisa en el escenario de un teatro. Pero esta mujer ha sido mucho más que actriz, pura integridad. Ha sido verdad: pocos se atrevieron a plantar cara, siendo la presidenta de la Academia de Cine, a un Gobierno que respaldaba la guerra de Irak sucedida durante su dirección. Pienso que su papel más estelar fue en aquella gala de los premios Goya 2003 en la que apareció, con la solemnidad que caracteriza a una abeja reina, mostrando a todos que se podía parar la barbarie con benevolencia y ese halo de verdadera estrella que es imposible impostar. Clavando su profunda mirada en la de quienes querían un mundo peor. Ella, como sus personajes, jamás tuvo una sola dimensión, porque lo justo es ser humano, contradecirse, no quererse a veces y amarse otras, hacer sentir a sus iguales desde hace seis décadas que es posible ser la hija de una portera y además eso que os conté al principio, ser icónica.

Mujer elegante, de verso libre y compromiso férreo con la libertad, como bien dijiste: «La vida sin cultura es mucho peor». Y desde hoy, estoy convencida que sin ti, también lo será.

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