Opinión | Las fuerzas del mal

'Pompa & Circunstancia', por Enrique Olcina

"La imagen transmitía la emoción de un instante en el que algo está a punto de suceder, como el final de una temporada en que se revela un hecho clave"

Perdónenme por refugiarme en la anatomía del instante, en la pompa ingrávida de esta circunstancia. Nada más lejos de mi intención que parecer cortesano, pero hay otras circunstancias esta semana que hacen que agradezca este inesperado abrigo visual

Perdónenme por refugiarme en la anatomía del instante, en la pompa ingrávida de esta circunstancia. Nada más lejos de mi intención que parecer cortesano, pero hay otras circunstancias esta semana que hacen que agradezca este inesperado abrigo visual / Casa Real

La semana me ha dejado una imagen grabada en la retina, y ya no habrá manera de bajar de un avión a pie de pista, de esos de Ryanair, sin que las comparaciones resulten odiosas. La reina Letizia acompañaba al rey Felipe VI en el inicio de su visita de Estado a Italia, y la Casa Real nos ha mostrado que con un poco de mimo, un abrigo blanco, una bufanda que parece de armiño y un cinturón atado con ese cierto desdén italiano que es un arte de esconder arte —una suerte de obi concebido con la filosofía del ‘ikebana’, sprezzatura lo llaman—, no desmerece la pompa con la que descendió por esa escalera la presencia del cuerpo de gala de carabineros que esperaban al pie del avión.

La imagen transmitía la emoción de un instante en el que algo está a punto de suceder, como el final de una temporada en que se revela un hecho clave: la conquista de un imperio, un giro de guión, un momento rotundo y sutil. Junto al rey, impecable de oscuro, con un ceño casi tronante, estaba la reina, de blanco, impávida, con una cualidad perlífera. Nos perdimos el movimiento en el tablero de ajedrez donde, en lugar de un jaque, se dieron el brazo.

Perdónenme por refugiarme en la anatomía del instante, en la pompa ingrávida de esta circunstancia. Nada más lejos de mi intención que parecer cortesano, pero hay otras circunstancias esta semana que hacen que agradezca este inesperado abrigo visual. González Amador, el novio quironés, está tan peleado con la realidad que anda demandando a diestro y siniestro para que no lo llamen «defraudador confeso». Si solo fuera eso, pase, pero hay quienes le dan la razón. Es la misma gente que luego se escandaliza por el uso de términos como todes para intentar designar una realidad que va más allá del diccionario. Aquí no hace falta inventar: el abogado del amador de Ayuso confesó un fraude para conseguir la reducción de una pena. Quien defrauda es defraudador, y quien confiesa, confeso. No se califica su estado penal; simplemente, se describe una realidad avalada por una admisión escrita.

Todo podría ser, sin embargo, que los periodistas acabaran encausados. Así como hay un juez que no ha considerado suficientes los hechos reflejados en el informe de la UCO para abrir causa a la vicepresidenta de la Asamblea de Madrid, hay otro que, con tres recortes de periódico —uno de ellos falso—, ha abierto una causa judicial contra la mujer del presidente del Gobierno. Tan inflada está la pompa de esa circunstancia que ha pedido la lista completa de trabajadores de Moncloa, por si encuentra a alguien a quien encausar por haber sujetado algo a Begoña mientras terminaba el dichoso máster.

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Lo más curioso del asunto es que el «niño del Lamborghini» debe pagar una multa de 350.000 euros, pero pide a los periodistas 400.000. No hay nada como hacer negocio, aunque sea con la propia honra, pero no hay pompa lo suficientemente grande que tape esa lamentable circunstancia.

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