Opinión | Las fuerzas del mal

La revolución

Emprender la búsqueda de la propia felicidad es un acto revolucionario

Una persona sostiene una bandera trans en una imagen de archivo.

Una persona sostiene una bandera trans en una imagen de archivo. / EFE/Ailen Díaz

En la reciente cumbre antiabortista del Senado se congregaron figuras destacadas del conservadurismo mundial, incluidas varias del PP, como María San Gil y Mayor Oreja. Este último afirmó que cada vez más científicos rechazan la teoría de la evolución en favor del creacionismo. Sin embargo, resulta curioso pensar en este supuesto auge: difícilmente provendría de universidades públicas, pero quizás sí de instituciones católicas privadas. La teoría de la evolución, más que idea debatible, es ampliamente aceptada por quienes se acercan a la ciencia sin prejuicios. Como ejemplo, Richard Dawkins destacó el ojo del pulpo como evidencia de evolución: si el hombre fuera la obra cumbre de un creador divino, ¿por qué no posee el ojo más perfecto, que pertenece al pulpo? Esta adaptación, como tantas otras, se explica a través de la evolución, no del diseño divino. Sin embargo, la cumbre no trataba de ciencia, sino de la «vida antes de nacer». Un concepto que contrasta con el desinterés por las vidas posteriores: ni las migrantes, ni las infantiles, ni las juveniles, ni las adultas parecen importarles. Lo esencial, parece, es que todas las vidas se ajusten a su código moral, sin importar los deseos o aspiraciones de esas vidas que dicen proteger. Emprender la búsqueda de la propia felicidad es un acto revolucionario y estos señores están en contra de eso.

Mientras eso sucedía, el sector de las feministas ilustradas del PSOE -pues así se autodenominan- conseguía en el reciente Congreso federal, que sucedía al mismo tiempo, que el PSOE no ampliara formalmente la defensa de los derechos LGTBI a la Q y al + ¿Qué es Q y +? Un simple aviso de que la sociedad, la evolución y la biología contienen aún más preguntas que certezas. También consiguieron aprobar que «el deporte femenino no debía ser invadido por hombres», que es un soniquete que usan estas feministas ilustradas para decir que las mujeres trans no son mujeres sin decirlo. Entiendo que el deporte femenino tiene batallas más importantes que luchar: infrarrepresentación en los medios de comunicación que lleva a una infrafinanciación en los deportes profesionales, todo ello por falta de una visibilidad y promoción desde edades tempranas, pero parece que es mortal que algunas mujeres trans decidan competir en el deporte femenino conforme a las reglas de admisión de las federaciones pertinentes.

Aunque ese sector del feminismo ilustrado lo ha vendido como un triunfo absoluto, los territorios empiezan, como en Murcia, a desmarcarse en lo estatutariamente posible de esa decisión, con declaraciones apoyando a las personas trans, «queer», no binarias y más. Al final, tanto en la cumbre antiabortista como en el Congreso del PSOE, el hilo conductor es claro: una obsesión por controlar cuerpos y vidas ajenas. Desde quienes imponen un código moral reaccionario hasta quienes disfrazan la exclusión con discursos progresistas, el mensaje es el mismo: las personas no pueden decidir libremente sobre su felicidad, su identidad o su autonomía. En un mundo donde la evolución, social y biológica, es imparable, estos intentos de frenar el progreso son tan inútiles como negar que descendemos de los primates o que venimos del mar. Vivir sin pedir permiso es el acto revolucionario que tanto les incomoda.

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