Opinión | Las trébedes
El sentido
Puede llegar a parecer afortunado quien nace ya con el propósito de su vida determinado, sin opción alguna de preguntarle a su voluntad para elegirlo
Es difícil, si no lo más difícil, contestar a la pregunta por el sentido de la vida, o de la existencia. Tanto, que algunas grandes cabezas han renunciado a buscarlo y han optado por la vía, se puede discutir si fácil o valiente, de negarlo, como el existencialismo de J. P. Sartre: somos seres arrojados a la existencia, cuyo ser ha de ser construido por nosotros mismos queramos o no, sin escapatoria, y de ahí la angustia. Para respuesta rápida, es innegable que la religión es el mejor invento. En cualquier caso se podría decir que hay amigos de un tipo de explicaciones y de otro tipo de explicaciones. Desde luego, un grupo y otro sienten igualmente que ellos han elegido la mejor opción, si bien la diferencia se suele hacer patente en el respeto hacia quienes han elegido la otra. Me refiero al debate, conflicto o enfrentamiento entre ciencia o pensamiento racional y religión o pensamiento «religioso», vamos a decir, o lo que es lo mismo, a la opción de primar la razón y el conocimiento racional frente a la de la trascendencia, la teología, la tradición, o incluso directamente la superstición, para buscar respuestas. Uno diría que en pleno siglo XXI, con el desarrollo de la ciencia y el acceso a la información que están al alcance de casi todos, debería haberse avanzado en la respuesta a la pregunta por el sentido, y sin embargo seguimos pareciendo, si no lo somos cada vez más, pollos sin cabeza.
Puede llegar a parecer afortunado quien nace ya con el propósito de su vida determinado, sin opción alguna de preguntarle a su voluntad para elegirlo: esclavo, sirviente, rey, burgués, noble, artesano… en cada época y lugar esto se ha podido dar con mayor o menor extensión. Solo a partir de la sociedad que se desarrolla bajo el estado moderno, o viceversa, en la sociedad que da lugar al estado moderno, y sobre todo con el advenimiento de las democracias liberales, ahora en crisis, el individuo se ve abocado a hacerse responsable de su vida y a elegir o encontrar qué quiere o puede ser. La libertad de las sociedades urbanas capitalistas no es gratuita, es bien cara y a algunos se les hace hasta insoportable, pues obliga a buscar el sentido de la propia existencia… en el mejor de los casos; en el peor, tu barrio o tu raza deciden por ti y la llevas clara. El abanico es, en teoría, completo, 360º de opciones, puedes ser lo que quieras. En realidad, el abanico es reducido por los condicionamientos desde los que vives: acceso a educación, a vivienda, a empleos bien o mal remunerados, a sanidad, a seguridad…
En todo caso, responder a la pregunta por el sentido sigue siendo muy difícil, a menos que uno esté dispuesto a conformarse con bien poco, aceptando un sentido heterónomo, el sometimiento «a un poder ajeno que le impide el libre desarrollo de su naturaleza», dice el DRAE, es decir, identificando la libertad personal con «la voluntad de Dios», sin plantearse quién y cómo sabe cuál es la voluntad de Dios, o con la de la familia, por ejemplo.
Tal vez, como en tantas otras ocasiones, la pregunta filosófica no esté bien planteada. Porque una puede no encontrar respuesta concreta a la pregunta general sobre el sentido, y en cambio tener muy claro el sentido de cada una de sus decisiones cotidianas, e incluso de sus grandes decisiones vitales. Quiero decir que sabe perfectamente que tiene sentido ir a comprarle a su madre los calendarios religiosos que le gusta regalar como Reina Maga a sus hijos y amigas; o dedicar la mañana entera o la víspera a preparar una comida para amigos o familiares; o acompañar a alguien que lo necesita; o acudir a un espectáculo determinado. O seguir conviviendo con esa persona. La pregunta por el sentido, cuando la hago en general, me abruma pero el sentido de mis pequeñas acciones cotidianas es clarísimo para mí. Por tanto, el problema es de esos en los que de la suma de los elementos emerge algo diferente que no estaba en ellos. O más bien este caso es de forma negativa, cuando lo pienso en general desaparece eso que sí estaba en cada elemento de la suma: el sentido.
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