Opinión | Mamá está que se sale

La Virgen que hay en mi casa

Una Virgen que pasa de sobrina en sobrina

En todas las familias hay una constelación de antepasados familiares que siguen presentes a través de lo que oímos de ellos. La tía Encarnación y su Virgen son parte de ello.

En mi casa siempre ha estado «la Virgen de la tía Encarnación», de más de un metro de alta. Corrían tiempos de guerra cuando, por la ventana de un convento, tiraron a la Virgen y al Niño, envueltos entre unas sábanas, ante el temor de que fueran quemados. Un sobrino y su mujer –la tía Encarnación- se encargaron de recoger las figuras y esconderlas para evitar el saqueo. Aunque sólo tenían que guardarlas, ella se enamoró de aquella Virgen y la cuidó como no te puedes imaginar.

Tenía un taller de costura -pero de postín, no te creas-, y lo primero que hizo fue un manto precioso para la Virgen, con las mejores telas. Y otro igual para el Niño. Un día, mi madre me enseñó los escapularios, espectaculares, todo el conjunto bordado en oro. Una pasada de reliquia.

Si vieras las figuras… La Virgen como una niña, y el Niño en sus brazos alargando la mano, como queriendo coger algo. Decían que era de Salzillo, o de un discípulo, vete tú a saber. Y aunque la Virgen está retocada, por lo accidentado del viaje desde la ventana, el Niño está tal cual lo hizo el maestro Salzillo (o el discípulo). De vez en cuando, a mi madre le da la fiebre de buscar a alguien que compruebe si tenemos una joya, pero nunca nos decidimos. Nos puede el miedo de que se estropee. Qué más da quien la hiciera.

La tía Encarnación le ponía siempre flores nuevas, y con el tiempo mandó hacerle la urna en la que sigue ahora. Mi madre no le pone flores, pone fotos nuestras, recuerdos, lazos y chismes. No haremos igual de bonito, pero le hacemos compañía.

Tanta devoción le tenía la tía Encarnación que, al morir, le pusieron junto a su Virgen, para que le acompañara en ese último viaje.

Al poco de morir, se presentaron los parientes del difunto marido de la tía Encarnación, reclamando la Virgen. Según decían, era de ellos. No sabían bien con quién trataban cuando quisieron explicarle sus derechos a la tía Ángeles. A empujones los echó, de la rabia de pensar en las flores, los mantos, la urna… y las horas que había pasado, tantos años, la tía Encarnación delante de ella pidiéndole y dando gracias. De ninguna manera se iba a ir la Virgen de allí.

Por si fuera poco, mi abuelo hizo lo propio, defendiendo que la Virgen era nuestra, y quien dijera lo contrario se las vería con él. Siempre he oído que mi abuelo materno era la bondad personificada, incapaz de matar una mosca y mucho menos de levantar la voz. Quién sabe si fue la Virgen quien se sirvió de él y de la tía Ángeles, y queriendo quedarse aquí para siempre, espantó a todo el que quisiera llevarla.

Y de la tía Ángeles pasó a mi madre, también sobrina. El tiempo nos dirá con quién dice la Virgen de quedarse. Con quien la quiera como la tía Encarnación, y la defienda como la tía Ángeles, no tengo duda.

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