Opinión | Luces de la ciudad
Portaos bien
No quiero imaginar el despiporre que supondrá el momento en que esta memoria en forma de objetos, prendas y utensilios, cobre vida y comience a interactuar entre sí

Lizgrin F / Unsplash
Esta mañana he sorprendido a mis zapatos hablando entre sí: «Yo he visto más mundo que tú», decía uno. «Pero serás tonto —contestaba el otro—, ¿no ves que siempre vamos juntos?». «Bueno, cuando tu pie estuvo escayolado tres meses te perdiste un par de viajes», aludió el primero.
Sin revelar mi presencia, reflexiono sobre sus palabras. Ambos llevan razón y deduzco lo evidente: su conocimiento geográfico está ligado directamente al mío.
Pienso entonces que algo parecido debe ocurrir con el resto de prendas de vestir, y me pregunto si también ellas hablarán unas con otras. ¿Qué le dirá un calcetín a un pantalón, o una camisa a un calzoncillo? ¿Hablarán de su jornada laboral? ¿De las amantes del emérito? ¿De los precios de los alimentos? ¿De las corruptelas políticas? ¿O simplemente se limitarán, como los zapatos, a hacerlo sobre sus únicas experiencias vitales, vinculadas, inevitablemente, a mi persona?: el motivo por el que fueron compradas, los momentos importantes en las que fueron utilizadas, el orgullo de ser la prenda preferida durante un tiempo o el olvido en el fondo del armario tras la jubilación. Es más —me sigo preguntando—, ¿compartirán sus vivencias con otras especies de su mismo hábitat, y viceversa?: cuadros, cerámicas, libros, portarretratos, esculturas, lámparas… Tribus, todas ellas de procedencias y credos distintos, pero con una historia personal tras de sí y un denominador común: coexistir en ese espacio arquitectónico de la memoria en el que se convierte nuestro hogar.
No quiero imaginar el despiporre que supondrá el momento en que esta memoria en forma de objetos, prendas y utensilios, cobre vida y comience a interactuar entre sí, como aquellos personajes de un conocido museo al caer la noche. Toda la casa se convertirá en un guirigay de conversaciones cruzadas sobre las experiencias vividas. Unos objetos hablarán de esas personas que me han acompañado a lo largo de la vida y que han conseguido, con esos elementos físicos, dejar parte de ellos mismos al alcance de mi vista, de mi tacto, de mi oído, y a veces, incluso, de mi olfato y de mi gusto. Otros, sin embargo, lo harán sobre conocimiento, belleza y diversión. Y algunos sobre momentos inolvidables, celebraciones o viajes, que trasladan la mente hacia lugares antes desconocidos y ahora unidos a mí de por vida.
Consciente de que hay cosas que escapan a mi control, desestimo luchar contra lo inevitable. Estas piezas, enseres y artefactos, recuerdos que forman una memoria única cargada de emociones, cobrarán vida un día más, sí o sí, y, de nuevo, agitarán con fuerza mi cerebro. Por tanto, me consuelo con echar un vistazo a mi alrededor y antes de acostarme decirme a mí mismo: «Portaos bien».
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