Opinión | Luces de la ciudad

Gente genial

El paso del tiempo me enseñó a discernir entre los genios de cuento y los genios reales

Leonard Beard.

Leonard Beard.

Creo recordar que el primer genio que conocí en mi vida fue aquel que salía de una lámpara mágica de aceite cuando esta era frotada y cuya principal virtud era otorgar deseos al poseedor de la misma. Personaje, de sobra conocido, del cuento Aladino y la lámpara maravillosa, agregado por el francés Antoine Galland a su traducción de Las mil y una noches, a principios del siglo XVIII, tras oírselo en París a un cuentista sirio de Alepo.

Y yo, desde que supe de él, cuando escuchaba la palabra «genio», fuese en boca de quien fuese o por el motivo que fuera, miraba con ansia alrededor con la ingenua esperanza de encontrar por algún rincón a este dispensador de caprichos para solicitarle los míos propios. Hasta que un día aciago para mí, descubrí que este genio solo existía en la ficción.

Sin embargo, el paso del tiempo me enseñó a discernir entre los genios de cuento y los genios reales: Curie, Da Vinci, Newton, Einstein, Shakespeare, Beethoven, Tesla, Picasso…, personajes con esa locura del talento de la que hablaba Simone de Beauvoir que, a pesar de las reglas y los conocimientos de cada época, consiguieron abrir nuevas vías en cada una de sus disciplinas, ver más allá que los demás gracias a su inteligencia, su creatividad y su intuición. Y cuyo legado los convierte también en genios capaces de hacer magia, de cumplir deseos, de cubrir necesidades, de alegrar el espíritu o de cambiar el curso de la historia. ¿Qué habría sido de la humanidad sin ellos?

Pero esto suena como a jugar en otra liga, así que, aunque haya empezado disparando con pólvora de rey, me gustaría terminar con los pies de nuevo en la tierra y reivindicar a esos otros seres que, sin ser genios, sí que son geniales. Me refiero a ese tipo de personas, en la mayoría de los casos, anónimas, que en las distancias cortas resultan agradables, atentas, ingeniosas, graciosas, divertidas, sencillas… Gente normal que trasmite alegría y con la que nos encontramos a diario en cualquier lugar y en cualquier momento -últimamente me ocurre a menudo-: el encargado de un garaje, la empleada de una tintorería, el zapatero, la camarera de un bar, el enfermero de un hospital, alguien que te orienta por la calle cuando estás perdido…

Me pregunto, a pesar de mi fascinación por los genios de cuento y los reales, que sería de la humanidad también si no hubiera existido y existiera este tipo de gente honesta y abierta a los demás, que con sus gestos de empatía, respeto y solidaridad, por pequeños que estos puedan ser, consiguen, aunque a veces no seamos conscientes, que la vida sea más sencilla y más amable. 

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