Opinión | Miel, limón & vinagre
Vinicius, marca con el dedo índice
Puede que al Madrid no le importe, pero la transformación de un maleducado en un héroe me ha alejado del club

Vinicius celebra un gol conseguido frente a la Real Sociedad, el pasado 14 de septiembre, pidiendo silencio al público donostiarra. / AP / Miguel Oses
Curioso planeta, donde los monosilábicos deportistas de élite han migrado a sabios hechiceros proféticos. El fútbol constituye la mayor amenaza para la civilización occidental, en especial ahora que esta religión se ha propagado del cincuenta al cien por cien de la población.
La adicción es tan grave por estos contornos que el monoteísmo del balón equivale a la variante española del fentanilo.
El fútbol obliga a escuchar, atender y adorar a personajes como Vinicius, una víctima que gana 3.000 por hora. Todas las horas del día y de la noche, siete días a la semana, la cifra sube si se calza las botas de su patrocinador. El nativo del estado de Río de Janeiro cobra estas sumas de un Real Madrid exquisito, que no cuenta con un solo aficionado racista porque este fenómeno deleznable solo arraiga en la periferia.
En contra de la definición de balompié, Martin Luther ‘Ving’ no apunta a puerta con el pie. Marca con el dedo índice de la mano, que clava a la mínima ofensa en el torso o en el rostro de sus rivales. Decenas de defensas, que se han atrevido a faltarle al respeto, han sufrido esta amenaza digital. Es raro que ninguno de sus adversarios, empleados en la profesión más intelectual del planeta, le haya replicado con los versos de Quevedo. No se trata del futbolista esposo de Cristina Tárrega, sino del poetastro que dejó escrito:
«No he de callar por más que con el dedo,/ ya tocando la boca, ya la frente,/ me representes o silencio o miedo».
Vini, Vidi, Vinicius y su índice inquisitorial desconocen la fatiga. Si la primera medida para sofocar la violencia en los estadios consiste en que los locutores audiovisuales dejen de aullar como posesos, la segunda exige que se calle Vinicius. La tercera implica prohibir a los gladiadores que se dirijan retadores al público, una auténtica incitación a la estampida.
Vinagre viene de Vinicius, por eso los vídeos que recogen sus acaloradas discusiones sobre el césped superan en número a las grabaciones de sus gestas deportivas, que las hay. Es imprescindible la reconstrucción en Movistar del doble duelo verbal y digital de Vinicius contra los atléticos Koke y Llorente. Les afea o arrea el «yo, dos Champions» con el aire de que tendrá dificultades con la enumeración si el Madrid amplía su actual racha europea. ¿Ofensivo? Lo ultrajante es que Florentino estuviera a un paso de arrojar a su delantero por el desagüe de un traspaso, cuando no acertaba con la portería rival porque todavía no había perfeccionado el dedo índice que le sirve de punto de mira.
Mientras esto se escribe, un zapatazo de Vinicius reduce al portero del Villarreal a figura decorativa, que señala también con su índice el rincón del marco por el que se dispone a entrar el balón. ¿Cómo resolver el dilema entre el atleta brillante y el personaje humillante? Siguiendo la doctrina Joaquin Phoenix. Procede evitarlo por definición, pero cabe incumplir ocasionalmente el mandato para no perderse una buena película pese al concurso de un actor indeseable.
Puede que al Madrid no le importe, pero la transformación de un maleducado en un héroe me ha alejado del club. Ancelotti alinea habitualmente a ocho excepcionales atletas de color, pero los racistas alentados por la parafernalia futbolística se centran en uno solo.
Vinicius es el único jugador negro del Real Madrid.
Un joven racista mallorquín cumple un año de cárcel por insultar a Vinicius. Cuando los agresores son de Madrid, aunque se trate del Atlético segundón, ni se descubre a los autores del monigote colgado de un puente ni se identifica a los energúmenos de la grada.
Los madridistas visten de blanco en homenaje a los inquisidores dominicos. Consuela saber que estos líderes solidarios acabarán cobrando sueldos millonarios en Arabia, un paraíso democrático. Ni este artículo, ni cien artículos clonados, ocasionarán la mínima melladura en el entramado futbolístico. Ahora bien, no todos los presentes pueden presumir de que un esfuerzo previo, «Maffeo le gana el tango a Vinicius», fuera videografiado durante dos minutos eternos por El Chiringuito. Fallaron en su intento de viralizarlo, un traspié que obliga a perseverar.
Solo queda decir amén a una cita de Kurt Vonnegut, que parece dilatada salvo que hace innecesario todo lo anterior:
«Las tremendas concentraciones de riqueza sobre el papel han permitido que unas pocas personas o instituciones patrocinen ciertas actividades del espíritu humano juguetón con una seriedad inapropiada, y por tanto angustiosa. No pienso solo en los pasteles de barro de los artistas plásticos, sino también en los juegos infantiles: correr, saltar, agarrar, lanzar.
O bailar.
O cantar.»
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