Opinión | Luces de la ciudad

Y yo más

Nunca he terminado de entender ese interés tan tonto por querer estar peor que el otro, o al menos parecerlo

Unsplash

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Todos conocemos a ese tipo de personas que te preguntan como va lo ‘tuyo’ con la única intención de hablar de lo ‘suyo’. Y eso en el mejor de los casos, porque en otros ni preguntan. Personas que no solo tienen la ‘habilidad’ para conseguir de inmediato que la conversación sea unidireccional, sino que, además, practican con devoción el arte de mirarse solo su ombligo, o lo que algunos denominan ‘yoismo’, es decir, pasarse la vida hablando en clave de yo.

Puede que esta condición alcance uno de sus picos más altos de egocentrismo cuando se adentra en el universo enfermedades. Aquí, el «Y yo más» encaja como anillo al dedo: «Yo estoy peor que tú», «Yo sufro más que tú», «Mi vida es más dura que la tuya…». Sea cual sea la dolencia de uno u otro, da igual: «Y yo más». 

No hará mucho, fui testigo de una conversación entre dos amigas, de edad avanzada, que no se veían en tiempo y se ponían al día. Llegadas a un punto de la charla, una de ellas expresó el insoportable sufrimiento padecido en los últimos meses tras la muerte de su marido y uno de sus hijos. A lo que la otra, tras una breve pausa contestó: «hummm…-restando importancia-, si tú supieras como tengo yo las piernas…».

Nunca he terminado de entender ese interés tan tonto por querer estar peor que el otro, o al menos parecerlo. Y, sin embargo, reconozco que en la respuesta de la señora no detecté mala intención, aunque puede que sí faltara un pelín de empatía, pero en realidad, tan solo estaba siendo sincera: por mucho que le afligieran las desgracias de su amiga, a ella le preocupaban más sus dolores. 

Así somos, capaces de intentar convencer a una persona con metástasis que con nuestra artritis lo estamos pasando peor que ella. Puedo escuchar las carcajadas de estas personas desde el asiento de mi escritorio. Y es que, aunque seamos conscientes de que aquí, el que más o el que menos, algo tiene o lo roza de cerca, asumir los niveles ya es harina de otro costal. Para cada cual, el mal, la dolencia o la enfermedad que padezca, por insignificante que esta sea, siempre será la peor del mundo en ese momento. 

En fin, tal vez, en el fondo, no seamos tan diferentes, y todos encontremos cierto placer en la queja y en la pena, y nos guste asumir, por momentos, un papel de víctima que centre la atención de los demás sobre nosotros y nos permita mostrar nuestra mejor versión del «Y yo más». 

Quizá tan solo sea una teoría absurda, pero quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

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