Opinión | Tribuna libre

¿Y tú, qué coleccionas?

¿Y tú, qué coleccionas?

¿Y tú, qué coleccionas?

En uno de los muchos grupos de coleccionismo que hay en redes, un nuevo miembro se presenta con entusiasmo: «Soy un gran coleccionista. Me gusta coleccionar de todo». De inmediato uno le responde: «Yo colecciono almas». Otro le escribe con sarcasmo: «Te doy la mía, si la quieres te la vendo». Me encantan estos grupos de coleccionistas porque no solo encuentras todo tipo de objetos, sino también un repertorio de personas inesperadas que como poco te sacan una sonrisa.

Una de las cosas que más me divierte es descubrir a gente peculiar que tiene la capacidad de ver belleza donde otros ni siquiera se pararían a mirar. Habrá quien piense que son raros, extraños –o perturbados, los de talante menos educado–, pero a mí me parecen singulares, y esa singularidad de su mirada es lo que más me atrae de ellos. Me refiero a esos coleccionistas de lo extraño, buscadores de tesoros inusuales, que sienten interés por cosas realmente peculiares, colecciones que a veces terminan convertidas en museos.

Por ejmplo, el doctor Bindeshwar Pathak creó en Nueva Dehli el Museo Internacional del Retrete con urinarios de diferentes épocas y formas, rococós, victorianos, incluso el inodoro camuflado sobre el que se sentaba el rey francés Luis XIV mientras atendía las audiencias cada día. Muchos os preguntaréis: «¿Por qué coleccionar urinarios?». Las motivaciones del coleccionista son tan diferentes y versátiles como las propias colecciones, pero, en el caso del médico indio, era denunciar las condiciones de baja salubridad en las que viven muchas personas en la India, donde más de setecientos millones no disponen de retrete.

Hoy que todo vale, se coleccionan las cosas más extrañas e inusuales que uno pueda imaginar. Resulta que algunos venden el olor envasado de sus propias ventosidades y además hay quien se siente atraída por ellas, pero creo que eso entra más en el universo escatológico-vicioso del fetichismo que en el coleccionismo propiamente dicho.

A veces, el detonante del inicio de una colección no tiene por qué centrarse en un tipo de objeto concreto, puede ser un tema, una imagen, una sensación o hasta una fobia. Dicen los psiquiatras que una de las mejores formas de vencer los miedos es enfrentarse a ellos y desde luego que tener una colección de arañas, por ejemplo, cuando su sola presencia te hace temblar, es, cuanto menos, una terapia valiente. No sé si será éste su caso, pero el actor Carlos Areces siente pasión por las fotografías post-mortem, esas insólitas imágenes del siglo XIX que servían a las familias para recordar a sus seres fallecidos. Siempre me gustaron estas imágenes, reconozco que tras superar el impacto inicial tienen un algo extraño que te atrae. Hace muchos años escribí un texto para una revista de arte sobre este tema y descubrí que son muchos los coleccionistas de estas imágenes funerarias, sobre todo en Estados Unidos. Después de observar cientos de aquellos rostros sin vida llegué a la conclusión que tras el dolor de la pérdida había una gran belleza en el acto de amor por el cual se crearon: no olvidarlos nunca.

He conocido a muy distintos tipos de coleccionistas de arte, los hay más convencionales, los que sienten pasión por los paisajes, bodegones, o el desnudo, otros solo compran imágenes con manos o cabezas, y los más cercanos a ese mundo de lo paranormal buscan todo lo que esté relacionado con la muerte: cráneos, esqueletos, utensilios de tortura, libros oscuros o cualquier cosa relacionada con el más allá. Tuve un cliente que coleccionaba burros, su idea era hacer un gran museo del burro con obras de arte donde este animal fuera el protagonista. Llegó a recopilar obras realmente buenas, tenía piezas de reconocidos artistas como Miquel Barceló y otras de creadores emergentes. Era algo realmente curioso e inédito. Como todo lo que necesita de una parte de ayuda pública para materializarse nunca llegó a ver su museo, no encontró el apoyo institucional, una pena porque al final se cansó y he visto algunas de aquellas magníficas obras en conocidas subastas.

En general, lo más bonito de crear una colección, da igual de lo que sea, es que se vaya construyendo lentamente, con paciencia, porque el placer de buscar y encontrar resulta más satisfactorio si el proceso lleva su tiempo. Cada pieza debe escribir su propia historia porque al mirarla después será como una manera de capturar todos esos momentos y esto es imposible conseguirlo con las prisas del comprador compulsivo, recrearse es sin duda lo más gratificante.

En ocasiones, las colecciones surgen de la manera más inesperada, y son otros los que deciden comenzarla por ti. Mi cuñada Pilar, que es una gran coleccionista de dedales –los tiene de todo tipo y de todas partes del mundo–, por algún motivo que aún hoy desconozco, se empeñó en que yo coleccionaba nacimientos. Según ella, en algún momento le dije que me gustaban y de algún modo inexplicable así empezó todo. Un año en Navidad me regaló hasta doce nacimientos y así, sin quererlo, no me quedó más remedio que empezar a coleccionarlos. Como ella es muy concienzuda y le encanta hacer regalos, es de esas personas que se esmera realmente, me obsequió con un variado repertorio de nacimientos de madera, de corcho, de cristal, de porcelana, dentro de una botella, de arcilla, de lana…, a cada caja que abría me sorprendía un poco más. Creo que fueron los Reyes más divertidos que recuerdo. Cuando terminamos con ese paseíllo de simpáticas figuras y rodeadas de todos aquellos papeles de colores, le dije: «Pilar, ¿pero por qué me has regalado todos estos nacimientos?». En realidad no entendía nada. Muy sonriente y satisfecha por la labor realizada, me dijo: «¡Porque tú los coleccionas!». Os podéis imaginar mi cara. No podía parar de reír. Le respondí: «¡No!». Su reacción fue tan inmediata que todavía hoy me río al recordarlo: «Pues ahora sí los coleccionas». Así que no tuve más remedio que hacerle caso y comenzar mi extraña colección de nacimientos hechos con los materiales más inusuales que uno se pueda imaginar…, hasta tengo uno diminuto tallado dentro de una nuez, por supuesto varios napolitanos.

En el fondo todos llevamos a un pequeño coleccionista dentro, seguro que si te paras a pensar en algún momento en tu vida has coleccionado algo, ¿verdad? Yo, como decía nuestro nuevo miembro del grupo, colecciono de todo.

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