Opinión | El trasluz
Juan José Millás
Todo por hacer
La vajilla se manifestó en mi cerebro dotada de unas calidades hiperreales de carácter lisérgico

Cocina desordenada. / Shutterstock
Me desperté a las cinco de la mañana y dudé si levantarme u holgazanear un rato entre las sábanas. Tras decidir lo segundo, visualicé, sin proponérmelo, los platos sucios que había dejado la noche anterior en el fregadero. Procedían de la cena mía y de mi mujer: unas verduras al vapor con tacos de salmón humado. Los había abandonado allí con un ligero sentimiento de culpa, pues detesto el desorden. Junto a ellos se hallaban los tenedores y cuchillos correspondientes, además de las dos copas de vino.
Y bien, sin que mi voluntad interviniera en el asunto, la vajilla se manifestó en mi cerebro dotada de unas calidades hiperreales de carácter lisérgico. Veía el borde de los platos (uno de ellos algo desportillado) y los cubiertos como si los tuviera delante y bajo una luz que me permitía, casi, acceder a su sustancia. Fue tal la impresión que abrí los ojos para no quedar atrapado en la imagen. Luego, tras respirar profundamente, volví a cerrarlos y me entregué de nuevo a la visión. Reparé en el brillo de los tenedores y en el filo de los cuchillos, que me resultaron asombrosos. Descubrí en uno de los cuchillos los restos de berenjena, muy secos ya, que lamenté no haber eliminado. Los pinchos o dientes de los tenedores, ligeramente curvados, manifestaban una pertinencia brutal. Pensé en la habilidad de nuestros parientes prehistóricos, capaces de arrancar a las piedras unas cualidades cortantes extraordinarias. Navegué enseguida por la concavidad de los platos hondos, evocadora de una olla de nieve en polvo. Un valle blanco, blanco, de una blancura sobrenatural.
En esto, dentro de la visualización meníngea apareció una mosca, también hiperreal, que se detuvo en la hoja del cuchillo con los restos de la berenjena. Abandoné la cama eufórico y me dirigí a la cocina para espantar al insecto que, cuando llegué, se había marchado. Me dispuse entonces a fregar los cacharros y disfruté de ello como si se tratara de un acto creativo de alto voltaje. Lo dejé todo en el escurridor y regresé a la cama, donde me quedé dormido enseguida. Cuando sonó el despertador, volví a la cocina y resultó que los platos y los cubiertos seguían sucios, en el fregadero. Hay un sinfín de realidades y en algunas está siempre todo por hacer.
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